Por dentro hace daño
El poder de la pluma
Acumulamos tantos sentimientos, que en ocasiones resulta difícil contenernos y cedemos al impulso de sincerarnos ante la primera persona que con ojos amables nos otorgue señales de confianza. Quizá la interacción no era bienvenida, pero en situaciones emocionales críticas la prudencia se ausenta y de pronto estamos frente a alguien “sacándolo todo”. Es parte del arte de comunicarse.
No es casualidad que en algunas circunstancias especiales estas dinámicas sean más exitosas que otras. Con algunas personas nos sentimos a salvo y el desahogo emocional no significa una labor pesada, sino que adquiere una nueva dimensión como una invitación a la reciprocidad. Podemos escuchar al otro con atención porque sabemos que, cuando sea nuestro turno de hablar, obtendremos la misma consideración y respeto que nosotros ofrecimos en primera instancia.
En “Bolsas”, cuento largo del autor estadounidense Raymond Carver, estamos ante un texto que pierde todas las letras que aparecen ante nosotros para convertirse en una escena que fácilmente podemos imaginar y sobre todo sentir. Sabremos identificar un aire contrario a la camaradería oral previamente descrita y percibiremos una realidad que seguramente hemos experimentado antes y de la cual también hemos sido partícipes.
Todo comienza con una idea que pronto se convierte en impulso. Les, un hombre mayor, decide encontrarse brevemente con su padre durante la espera de un vuelo que lo llevaría de regreso a casa. El reencuentro parece normal pero un tanto incómodo porque los personajes no se habían visto desde “el divorcio”. No tenemos certeza de cuánto tiempo había pasado, pero captamos indicios que invitan a pensar en muchos años de separación. Un saludo seco sirve como antesala a una confesión que Les no pidió y, sin más, el padre comienza a contar la historia de la infidelidad, no importándole la opinión de su hijo ni el tiempo de espera para el vuelo.
Fue todo como una suerte de verborrea terapéutica, triste. El padre, incontenible, contaba detalles que incomodaban a Les haciéndolo querer irse inmediatamente. Pero de pronto algo cambia y el sentimiento siguiente lo conocemos. Lo hemos sentido cuando no queremos saber algo y no estamos dispuestos a compartir el error ajeno, pero igualmente nos quedamos. Callamos y escuchamos, reconociendo el dolor que se lleva en los ojos de quien por años ha querido expresarse sin intenciones de justificarse; alguien que solamente necesitaba “sacarlo”.