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Nos gusta mirar lo que es amable a los ojos, ¿cierto? Agradecemos el equilibrio y la armonía de todo cuanto podemos ver y procesar como hermoso. Pensémoslo, podemos considerar que estamos acostumbrados a preferir lo bello; es casi un instinto. Vamos por la vida observando y mirando con detenimiento aquellas cosas que nos interesan al mismo tiempo que ignoramos otras en un acto involuntario y natural.

Algo similar ocurre con el cuerpo cuando por un instante somos cautivados por una presencia. Si la persona es visualmente agradable a nosotros, podemos prometerle unos segundos de observación detenida y fascinación momentánea. Si por el contrario, la persona no despierta una admiración inmediata, pasamos de largo y buscamos inconscientemente un segundo deleite. Andamos y miramos. ¿Qué pasa cuando esa observación es la propia? La cosa cambia.

En el poema “Otra belleza”, de la poeta argentina Sonia Scarabelli, estamos frente a un conjunto de versos sinceros; esos que han alcanzado un equilibrio verdadero entre lo que está escrito y entre lo que nosotros podemos percibir al leerlos.

A partir del primer verso sabemos a quién está dirigido el poema y de pronto podemos sentir un aire familiar: “Madre, yo ahora tengo otra edad y me encuentro una belleza distinta, algo que no viene ni de la noche ni del día, una manera de ser del cuerpo que se cae”. No necesitamos inferir más, de este momento en adelante el poema se convierte en un disfrute pleno cuando leemos los sentimientos de quien ha aceptado “la caída” de su cuerpo.

Naturalmente, no se habla de una belleza típica e idealizada, sino del paso del tiempo en la piel. Cuando de pronto resulta más importante mirar hacia dentro de uno mismo porque el exterior comienza soltarse. Entonces queda claro que poco importará de ahora en adelante el hecho de tener “todo en su lugar”, porque una aceptación casi obligatoria pero prometedora, nos hace adquirir una confianza distinta y encontrar la belleza en eso que comienza a ocupar un lugar diferente.

Entre nuestro corazón y nuestra mente habita una exigencia casi cruel para que nuestro cuerpo mantenga el mismo ritmo que el paso del tiempo. Aun cuando la realidad es que poco podemos hacer cuando la gravedad reclama los años y el cuerpo se cae. Así vienen la risa y la reconciliación con nuestras expectativas; la decepción corporal pasa de largo y damos la bienvenida a un rejuvenecimiento interior. No es grave. Es, genuinamente, otro tipo de belleza.

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