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Transitamos sobre los días de manera casi automática, buscando refugio en pequeñas cosas que puedan sacarnos por un instante de todo cuanto acontece a nuestro alrededor y abruma la existencia. Nuestras acciones se vuelven mecánicas como parte de un ritual cotidiano que hemos aprendido a realizar con el mínimo enfoque y el máximo desinterés; como si acumuláramos días por el único placer de “pasarlos”.

Los pensamientos, por otra parte, son más honestos. No se pueden callar y tampoco respetan días u horas. Insisten en buscar oportunidades para expresarse y anhelan seres que sientan lo mismo para así estar más cerca del ejercicio humano que necesitamos ahora: la empatía.

En “El llamado”, cuento de la escritora argentina Selva Almada, estamos frente a un relato que promete situarnos en algo que seguramente hemos sentido antes: arrepentimiento. La autora lo hace de una forma magistral e incluso por un momento podemos sentir que probablemente hemos sido manipulados porque, una vez que comienza la lectura, ya no tenemos el control de nuestras reacciones; viviremos exactamente lo que ella ha descrito.

Nuestro personaje principal se llama Lidia Viel y es una mujer mayor que, al momento de nuestra lectura, se encuentra supervisando el corte del césped en su casa. Al instante recibe una llamada y anticipa la voz detrás del teléfono: alguna amiga. Se sirve café y enciende un cigarrillo para acompañar el cotilleo vespertino y verbaliza un “hola”. Del otro lado de la línea, puede percibir el sonido de autos pasando a una velocidad alta y decide que la llamada la recibe desde una autopista.

Lidia no obtuvo una respuesta pronta y repitió su “hola” para luego pasar a un “hable” un tanto más brusco. Del otro lado una voz joven, masculina y temblorosa le dijo: “Yo creo que usted es mi madre”. El descarte fue inmediato, pero Lidia solicitó de nuevo la pregunta, para la cual ya tenía una respuesta y el tono del chico se tornó agitado e inseguro: “Que creo que usted es mi madre”. Lidia contestó que ella tenía dos hijos que siempre habían estado con ella. Colgó.

Lo que sigue es un giro. Posterior a su respuesta corta y determinada, sintió un arrepentimiento instantáneo por no haber sido más amable. Por imaginar cuánto dolor y temor había detrás de un chico esperanzado que buscaba a su madre y que ahora tendría que encontrar nuevas pistas hacia ella. Lidia fue directa y fría. No era su culpa, claro; pero sabía que el golpe pudo haber sido más leve, más humano.

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