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Hay lecturas que cuando son finalizadas dejan un impacto sufrido y arrítmico en el corazón, o una melodía amable en los latidos. Si tenemos suerte, el segundo caso será lo ideal porque nadie quiere sufrir mientras lee. Si en cambio nos toca el primer caso y la lectura en turno remueve nuestro sentido humano y juega con la sensibilidad, estaremos devastados ante una realidad que hubiéramos deseado obviar. Como si leer historias que duelen significara permitir que un tercero deje marcas escritas en el recuerdo.

Pensemos en el último hecho desafortunado del cual fuimos partícipes o testigos. Consideremos que existe un instante peligroso en el que la mente vacila y crea un mecanismo de defensa emocional para combatir la negación: “el hubiera”. Se trata de un momento pequeño, un milisegundo de flaqueza y asombro, en el cual arrojamos probabilidades que son definitivamente imposibles; “hubiera hecho esto”, “le hubiera dicho que sí”, “le hubiera visitado en vida”. Son palabras inútiles porque nadie hasta el día de hoy ha podido cambiar el pasado; pero al mismo tiempo son palabras humanas, y eso no se juzga.

En “El cortador de aguas”, impactante cuento de la autora francesa Marguerite Duras, conocemos una historia que, a pesar de su aparente sencillez, llega hasta las fibras más sensibles de nuestro entendimiento. Esta historia duele; lo digo como advertencia amable.

En Francia, lejos de los edificios y de los imaginarios que se tienen de una vida opulenta y armoniosa, una zona marginal abre paso a una casa pequeña donde habitan unos esposos y sus hijos; uno de cuatro años, y el otro de uno. Es el verano y el calor aprieta los cuerpos de la madre y sus dos niños. De pronto, aparece el responsable de cortar el suministro de agua por falta de pago. No hay un diálogo ni una petición para no proceder, no hay una mirada de consideración ni hay segundos pensamientos sobre la condición climática y el estado de la familia. Solo hay una acción: se corta el agua.

El esposo regresa y por la noche esperan el tren mientras llevan a sus hijos en los brazos. Una vez que éste llega, deciden tomar la vía fácil y nadie anticipa la decisión que tomaron. ¿Esa era la solución? El pueblo se conmociona y surge una enorme cantidad de hubieras impotentes y versiones de la historia donde sí hay un diálogo, o una interpretación de la necesidad ajena; donde el humano podía saltarse la ley para dar paso a la empatía y no olvidar que el hubiera es ahora.

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