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Si pudiéramos imaginar cuál es el aspecto de nuestra alma, ¿qué forma tendría? Probablemente algunos la vean como un cuerpo de luz que nos ilumina por dentro y que está constituido por pequeñas fibras llenas de todos aquellos momentos que nos conforman y son parte de nuestra historia de vida. O pudiera ser que, para otras personas, el alma sea como un escudo medieval que nos protege de todo cuanto pudiera atentar contra nosotros; porque bien se sabe que el alma también puede sufrir y puede dolerse.

Es un ejercicio interesante, sin duda. Pensar en cómo nos vemos por dentro, en esencia, pudiera ser tan perturbadoramente hermoso como el momento aquél cuando hemos alcanzado la aceptación plena de cómo lucimos físicamente. Es como si no fuera suficiente saber que existimos, pensamos, nos expresamos y sentimos; sino que también tenemos un alma. Y a todo esto, ¿cuál será su función específica?

En el poema que hoy nos toca, porque el azar letrado lo ha dispuesto de esa manera, nos movemos entre los versos de “A mi alma”, del poeta español Juan Ramón Jiménez. En él encontramos una serie de palabras que desde un primer momento nos invitan a recordar que en efecto tenemos algo a lo que podemos referirnos como el título del poema, y que, para suerte de nuestros ojos y de nuestra existencia, el autor se ha dado a la tarea de no solo definirlo sino también de, fina y hermosamente, explicar su función.

Así, dentro del primer verso, no tendremos complicaciones para encontrar una definición amable: “Siempre tienes la rama preparada, para la rosa justa; andas alerta siempre, el oído cálido en la puerta de tu cuerpo, a la flecha inesperada”. Pareciera entonces que todo lo que hemos considerado como alma pudiera estar más cerca de la protección a la sensibilidad, que de una romantización de la palabra; ¡cuánta belleza!

Invito a quedarnos con una sonrisa tranquila que logre evocar esa seguridad de saber que algo dentro de nosotros vive para protegernos de todas las flechas inesperadas que podamos cruzarnos en la vida; y que, por supuesto, bien valen estos versos. Teniendo también la certeza de que contamos con ese algo tan humano que nos permite aguardar por la verdad, por esa rosa justa; por esa plenitud indescriptible que no se expresa, pero se siente.

En este mar de fortalezas, abracemos la idea de considerar que nuestra alma sí puede tener un rostro y una forma; y que somos totalmente libres de crearla a nuestra imagen. Tan perfecta como somos.

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