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En estos días, en los cuales nos vemos amablemente forzados a estar en resguardo con los nuestros, es de sabios aceptar que el hastío no tarda en presentarse a la puerta y que también su compañera la irritabilidad viene detrás. No los esperamos ni quisiéramos darles la bienvenida; pero es un hecho que llegarán y poco podremos hacer para evitar que extiendan sus cuerpos de humo en cada rincón del lugar donde habitamos.

Los pensamientos son los primeros que alertan sobre tal arribo, pero tampoco estamos con el humor adecuado para percibirlos y anticipar los estragos de lo que pudiera pasar. Y entonces, sucede. Lo que en un instante fue incomodidad por las rutinas alteradas, se convierte en una suerte de enojo injustificado que va manifestándose en esas arruguitas que nos salen por arriba de las cejas en señal de molestia. ¿Pudimos evitarlas? Probablemente sí, porque las señales existieron, pero las ignoramos; aparte del hecho de saber que el trabajo emocional es menester de muy pocos.

En “Cuento de horror”, del autor argentino Marco Denevi, estamos frente a una historia que a tiempos podría resultar familiar en la naturaleza con la que seguramente hemos dicho, entre broma y broma, la frase que da vida y acción al texto que nos corresponde. Así, advierto que la frialdad no estará lejos de estas letras, y que si bien podremos ser empáticos con la situación, lo moralmente correcto es dejar pasar ese tipo de pensamientos que peligrosamente pueden convertirse en acciones.

Un día, la señora Smithson decide anunciar a su esposo las intenciones que se habían venido acumulando tras cincuenta años de matrimonio: “Thaddeus, voy a matarte”. El hombre, con una risa sarcástica, respondió que tal amenaza se trataba solamente de una broma y enseguida preguntó cómo sería su muerte. Su mujer, en un tono serio, respondió que no lo sabía con certeza pero que las opciones eran muchas. Seis meses después, tras perder el apetito y el sueño por la psicosis de una muerte inminente, el señor murió.

Entre los calores que recorren los días y las limitaciones de acción, sería buena idea considerar los límites de nuestros pensamientos. Tomar una cuerda imaginaria para asegurarnos de que todo aquello que pueda resultar engañosamente atractivo y nocivo para uno, y para otros, se encuentre muy bien atado y lejos de volverse algo posible. El tiempo vive en nuestras manos y tenemos una oportunidad que vale oro; nos han pausado para convertirnos en prioridad.

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