La vida en las manos
El poder de la pluma
Porque cierto es que, en la práctica de los despidos, conocemos bien la teoría pero pocas veces tenemos la oportunidad de llevar a la práctica ese acto tan cíclicamente humano que es decir adiós. Decirlo bien y para siempre, alargando cada palabra que vibra por última vez en nuestra garganta.
Es posible tener la vida en las manos y no se trata necesariamente de nuestra aparente responsabilidad personal. Sino de una realidad que abruma y promete estremecer al espíritu más entero. ¿Has sostenido una mano en sus segundos finales o has presenciado la expiración de alguien? No hay vuelta atrás, es definitivo y pareciera que todo cuanto viene en el futuro estará acompañado de un recuerdo pasado que difícilmente se disipará.
Es posible, también, tener la vida de otro en las manos y que nuestra existencia humana y laboral gire en torno a salvarla. Aun sin saber su nombre, aun sin conocer cómo fue el eco de su risa en un tiempo anterior cuando el destino caminaba a paso lento para llegar al encuentro actual entre camas de hospital y astronautas blanquiazules de la tierra que han aprendido a comunicarse y hablar con los ojos al mismo tiempo que laboran con el alma.
También se sabe que no todas las personas que tienen la vida en las manos pueden ser conscientes de este hallazgo. Hoy miré a mi madre sosteniendo la vida de mi abuela entre sus dedos y por un momento el asombro se hizo presente. ¡Es posible tener la vida en las manos! Y uno pelea al mismo tiempo que duda y suelta para luego aferrarse con intensidad porque eso que se cuida no puede dejarse ir con facilidad, por supuesto que no.
En cada instante acumulado que conforman estos días, vuelan miles de imágenes que representan manos desconocidas resguardando vidas anónimas en ellas. Algunas logran retener y propiciar las segundas oportunidades, y muchas otras se pierden en un último roce que significó el esfuerzo por cerrar el puño y proteger.
Si alguna vez tenemos la oportunidad de tener una vida en nuestras manos, procuremos que el tacto sea gentil y que los dedos logren emitir palabras de aliento para invitar a quedarse y resistir las batallas. O en su defecto, que nuestras manos sean acompañamiento y guía hacia ese partir entre vibraciones sensibles, humanas.