El viaje
El poder de la pluma
Te amo Manuela
Existen viajes definidos a través de boletos en cuya impresión solamente podemos encontrar idas sin vueltas. Se trata de los viajes que no tienen retorno porque probablemente los destinos sean aún mejores que los puntos de partida, y en algún momento de la travesía la persona que se traslada puede encontrarse lejos de extrañar lo que deja y a quienes deja.
No se trata de una falta de amor, ni de aires mal agradecidos; sino de una danza perfecta en la que el alma sabe reconocer los instantes preciosos en los cuales es adecuado decir adiós. Decirlo con todas las letras y tomando todos aquellos significados que para quienes se quedan duelen más que para quienes se van. Adiós, a-Dios.
En “The journey” (El viaje), poema de la escritora estadounidense Mary Oliver, nos movemos entre versos que significan una despedida en particular, y que viven entre palabras que parecieran envolvernos con imágenes perfectas llenas de emociones y sonidos que acompañan un evento que promete dolernos casi al mismo tiempo que nos alivia.
Digamos que alguien que está por irse lo sabe. Y quienes le rodean están un paso atrás de esta resolución del cuerpo, de la mente y del alma, como si se tratara de dos universos cuyas realidades son abismalmente distintas. Por un lado, quien se va decide soltar su cuerpo y dejarse llevar entre los aires de una tarde pronta a la obscuridad. Y por otro lado, quienes se quedan comienzan a sentir el dolor de la ausencia, el principio del duelo; el pesar de la aceptación.
Quien se ausenta lo ha decidido. Se trata de una elección consciente e iluminada con guía divina entre gestos faciales apacibles que parecieran evolucionar perfectamente en esos últimos momentos. Dentro del poema de Mary Oliver, quienes se quedan gritan y se estremecen ante una obscuridad dolorosa que pronto les envolverá con ráfagas de nostalgia y dolor, pero no son ellos quienes importan. Sino quien, a pesar de todo eso, ha decidido irse.
No es fácil. Esa última batalla se sabe dolorosa porque la purificación del alma dista de ser algo sencillo y armonioso; vive en cambio entre el miedo y las acechanzas. Pero todo pasa. Quienes sostenían las manos para retenerlas ahora las sostienen para acompañarlas y guiarlas. Llega esa calma que ilumina el alma y entonces el viaje final comienza para no finalizar jamás. Lo que era obscuridad y dolor ahora es luz cálida, descanso eterno. Es un adiós, sí, pero es el adiós más precioso y perfecto de todos.