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A manos llenas caballero

Cuando se espera con el alma, los días se cargan de tal intensidad que prometen doblegar cualquier paciencia. Sin embargo, dentro de las leyes del deseo y del anhelo, hemos aprendido a resistir y aguardar por lo bueno. Tomamos nuestra mejor silla, la más cómoda, y la colocamos en la puerta de la casa para sentarnos y adornar un escenario en el cual lo único que resaltará es nuestro corazón en la mano. Entonces esperamos.

Sabemos exactamente qué pedimos y conocemos la templanza con la que podemos transcurrir los días si dejamos que la convicción nos guíe. Los miedos pueden acechar, por supuesto. Pero es tan fuerte la premonición que sabemos reconocer, en instantes sin nombre, esas certezas que llegan trayendo una calma que apacigua la agitación de nuestro mar interior. Somos capaces de aguantar todo.

En “Dos pesos de agua” (1941), cuento largo del escritor dominicano Juan Bosch, estamos ante una historia que le habla a todos aquellos que saben esperar. Se trata entonces de un juego de fe, incertidumbre, convicciones y recompensas. Nos sabremos aludidos.

En Paso Hondo, un poblado alejado de la memoria, los habitantes viven la peor sequía en décadas. Remigia, habitante del lugar, es la única convencida de que las ánimas son las responsables de traer la lluvia si los humanos tienen la bondad de prenderles velas; ha funcionado antes y no hay espacio alguno para la duda.

Con el paso de los meses, los animales han muerto y la gente comienza a irse; todos, excepto Remigia, quien destina sus centavos de cobre para que quienes se vayan compren velas para encenderlas y pedir el favor del agua a las ánimas. Como sucede en la vida y entre olvidos no terrenales, por alguna razón las ánimas ignoraron las ofrendas de Remigia como parte de un descuido no intencionado. Cuando al fin se dan cuenta del error, se espantan al reconocer que nuestro personaje ha pagado el equivalente a dos pesos de agua; considerando que, para ellas, un centavo equivale a un diluvio.

Remigia resiste ante algo que ha desgastado todo excepto su fe. La lluvia llega como si alguien hubiera abierto la llave de agua en el cielo y se olvidara de cerrarla. Llovió por días, llovió por meses, y las ánimas gritaban que solamente era medio peso apenas; se lavaron las dudas y renacieron las certezas. Las manos de Remigia estaban llenas de lo que esperó con tanta paciencia. Y nosotros, quienes esperamos con el interior latiendo, ¿qué haremos con tanto?

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