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Es fácil tener plena consciencia de lo que deseamos obtener. Especialmente en estos tiempos cuando las circunstancias de afuera nos impulsan a mirar lo que tenemos adentro y de alguna forma nos llevan a navegar en ese mundo interminable que vive entre redes eternas donde habitan todas las partículas más demandantes de nuestra curiosidad.

Basta encender la computadora y estaremos navegando en un mundo muy diferente al que afuera nos aguarda. Se trata de un acto natural, muy parecido a la evasión. ¿Pero qué es eso que queremos evadir entre listas interminables de objetos por adquirir? Aunque la mente hace un esfuerzo, terminamos frente a eso que no podemos controlar: el deseo.

En “La pelota”, cuento del autor uruguayo Felisberto Hernández, conocemos la historia de dos personas y un elemento: una abuela, su nieto, y una pelota. Los cabos no son difíciles de atar y fácilmente podemos tomar como recuerdo propio esta historia que consiste en el deseo incontrolable e incomparable que siente el niño por tener una pelota que no le pertenece y a la que su abuela no puede tener acceso.

Entre chantajes inútiles, pero inocentes, el niño verbaliza una y cuatro veces la urgencia que tiene porque sea de su propiedad esa pelota que ha visto en el almacén. Tarea difícil. La abuela, confiando en esas aptitudes para remediar que la han caracterizado siempre, decide hacerle una pelota de trapo que, si bien no vibrará con los mismos colores de aquella en la tienda, sí espera que al menos tenga la capacidad de rodar y distraer a su nieto de esa imposibilidad que va mucho más allá de un capricho.

La pelota de tela no sirve. No rueda ni rebota y mucho menos puede mantener una dirección concreta; más bien se aplasta y se ensucia con facilidad. El niño intenta jugar con ella, pero pronto se frustra y regresa con más fuerza en la voz para pedir aquello que incendia su deseo. La abuela, paciente, lo mira acercarse a la pelota sin forma que ahora le sirve como casco. Él no lo sabe pero está distraído, aunque poco dura el encanto y pronto las costuras ceden.

No todo se obtiene, y lo sabemos. Pero creo que siempre estamos cerca de obtener algo mejor, algo más valioso. Dentro de la historia, el niño se acerca una vez más y al momento que la abuela coloca la cabeza del nieto sobre su vientre, él exclama que si no tiene la pelota del almacén se morirá de tristeza. La abuela ríe y la carcajada rebota en su oído. Entonces se da cuenta; esa es la pelota perfecta.

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