Los sueños no mienten
El poder de la pluma
A tiempos pareciera que nuestra persona se representa de otras formas posibles. Como si por las mañanas el atuendo escogido dictara también la personalidad acorde con lo que se siente, con cómo se ha amanecido, y cómo hemos dado los primeros pasos que se dirigen automáticos a una rutina ya memorizada en los músculos.
Al despertar no somos las mismas personas que se fueron a dormir la noche anterior; eso se agradece. Porque hay humores que bastaría vivirlos solamente por un día para evitar las enfermedades del alma. Y si siguiéramos esta premisa, ¿entonces quiénes somos? ¿Nos define todo cuanto hacemos o, por lo contrario, nos nombra todo aquello que dejamos de hacer? Cada día nos conducimos de forma distinta, aunque por dentro hay algo que permanece: la esencia.
En “Rabia”, poema de la recientemente fallecida Mary Oliver, los versos relatan la versatilidad del ser, y todo esto se hace desde una voz poética y narrativa principal. Las palabras, como sus consecuentes sentidos, están dispuestas a la libre interpretación de quien lee. Evitando así la alusión violenta de quien se sepa descrito en una rutina que bien amaría reconocer como ajena.
¿Qué es lo que vemos y que de manera tan invasiva compromete nuestra entereza? Vemos la descripción de un día poetizado en la vida de un ser humano que también goza de las brumas rutinarias. Se levanta, se viste, maneja, trabaja, produce para bocas ajenas y en su semblante resaltan los ojos de quien da todo por quienes dependen de él; los pequeños, los frágiles. En su rutina no existe la queja, al menos no la verbal. Pero el cuerpo busca maneras de expresarse cuando el interior ya se encuentra hastiado; entonces los ojos gritan y se cierran para de nuevo pausar esa vida de “un día más” y anticipar la posible personalidad que toque el día siguiente; el “a ver cómo amanezco”.
En las horas nocturnas, cuando el cuerpo en reposo se apaga, surge el espacio ideal para el trance entre los humores. Y sucede, los sueños no mienten. Los deseos en su crudeza natural y la incomodidad de sabernos quienes proyectan miedos, incertidumbres y muerte, terminan por paralizarnos.
Despertamos. Y de nuevo el temple interno ha cambiado. Lo que vivimos en sueños, lo escondemos como la verdad absoluta que bajo ninguna circunstancia puede ser revelada. Entonces mecanizamos los pasos de la rutina y nos proyectamos hacia el nuevo día que, lejos de todo lo soñado, aún espera la mejor versión que podamos ofrecer.