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Imaginemos que al momento de hablar no tuviéramos telas reteniendo esas palabras que tanto miedo tenemos a pronunciar desde el interior de nuestro ser. Esas que se forman en el fondo de la consciencia y se pasean por cada rinconcito para llegar a su filtro final en el estómago, donde por fin se decidirá si salen para vivir en el exterior, o bien se tragan para el olvido.

Y es que una sensibilidad nos recorre. Lo ha hecho desde el último año y poco podemos hacer para mantener la entereza de aquellos que dicen no temer. Nosotros, aquí, pronunciamos sin vergüenza que en efecto tenemos miedo, que buscamos el abrazo de los nuestros en una incertidumbre que crece en la idea de no saber hasta cuándo estaremos, ni cuántos estaremos.

El poeta Akif Kichloo ha sabido decirlo en palabras más poéticas, y naturalmente más hermosas. En apenas tres líneas, se despliega un mundo de posibilidades que raramente nos atrevemos a tomar como posibles. Es así que enuncia: “Qué maravilloso sentimiento sería, si pudiéramos decir exactamente cómo nos sentimos. Qué monumental victoria. Qué pensamiento tan aterrador”.

¿Puedes imaginarlo? Un ejercicio por demás liberador que se enriquece tanto en una promesa de alivio como en el terror de compartirse y mostrar la mente en su estado más inocente; como si dejáramos hablar al niño desinhibido sabiendo que cuanto diga será reforzado por un alma adulta que no teme a ser juzgada.

El poeta Akif lo proyecta a la perfección: “Qué monumental victoria”. ¿Victoria para quién, exactamente? Quizá lo sea para la raza humana, para toda una vida de filtros orales, para la erradicación de los miedos, y para la libertad de un espíritu interno que quiere gritar lo que siente, lo que piensa, lo que anhela.

Finalmente, ¿por qué sería un pensamiento aterrador? Probablemente dentro del mundo de las letras sea más fácil llevar un estandarte de libertad de expresión porque al hallazgo le sabremos llamar audacia literaria. Pero en los planos terrenales de la gente que camina a nuestro lado, el expresar exactamente lo que sentimos significaría danzar entre la zona de la sensibilidad excesiva. Un ejercicio arriesgado, por supuesto.

Tendríamos que apostar por esa victoria monumental a la que apela Kichloo. Soltar los amarres del qué dirán y dejar fluir todo cuanto sentimos, dándonos permiso de utilizar las palabras más exquisitas y esperar con paciencia esa magia liberadora que promete días más ligeros; esos que tanto necesitamos.

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