|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Nunca he sentido una afición por aquella frase de antaño que vive en tres palabras: “Son cuentos chinos”. Recuerdo que, cuando era niña, me causaba una molestia enorme que aún no termino de comprender. ¿Qué de especial tenía la unión de esas palabras y a quién se le ocurrió utilizarlas para evitar hablar de algo, o bien, aludir a la confusión de todo lo que no puede ser explicado? Un misterio.

Y es precisamente en esos misterios en los que puede habitar el encanto. No emprenderé una búsqueda exhaustiva hasta dar con el origen de la frase; pero al menos puedo intentar hacer una invitación para que esas palabras puedan gritar literalmente aquí, en estas letras que en un sábado se despliegan hacia ti.

En “El niño de arena”, estamos frente a una historia fantástica que nace de las palabras de Li Ruoyu. En él, no solamente encontraremos los hilos que conducen hacia la fragilidad de la vida, sino también miraremos esa posibilidad increíble de retirarnos a tiempo sabio y ceder los controles y el destino propio cuando se considera que no es apropiado seguir nuestros caminos.

Imagina esto. Dentro de los talentos de un niño se encuentra la habilidad para hacer figuras de arena. El material es tomado de una playa secreta, y es tan suyo el arte, y tan fuerte el impulso, que pierde horas de atención en la escuela por dedicarse a crear a partir de los montones de arena mágica.

Un día decide hacer la figura de un gato. Su talento era tal, que el resultado final fue impresionante. ¡Un gato real! Por la noche, cuando todos se han ido del colegio, el niño vuelve a la realidad y se dirige a casa, coloca al gato en la ventana, y se acuesta a dormir mirando su creación. No fue el efecto mágico de la luna sobre la creación lo que lo despertó, sino las patas del gato que había tomado vida.

Inspirado en este acontecimiento y con la sabiduría de los niños que conocen sus propias almas viejas, decide hacer un ser idéntico a él. Por la noche la luna hace su magia para dar vida al nuevo niño, su nuevo yo. Las instrucciones fueron claras: irás a la escuela, tendrás un trabajo, tendrás familia, sufrirás, serás viejo. Y así sucede. Al momento de morir lo que quedó fue un montoncito de arena.

¡Qué idea tan fascinante! Tendríamos que practicar la posibilidad de poder reconstruirnos; de crear nuevos yos y dejar trazado el camino. No con el favor de la luna, sino con la luz interior, esa que también brilla y hace magia. Estos cuentos chinos sí me gustan.

Lo más leído

skeleton





skeleton