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El clima tiene humores. Lo sé porque aquella determinación con la que se hace presente no puede ser cosa de un gesto impersonal y azaroso. Por supuesto que todo responde a una serie de explicaciones científicas y climáticas de las cuales ignoro la mayor parte. Pero afirmo, así como lo siento, que se pudiera tratar también de intenciones y caprichos inexplicables. ¿Romantizo el clima? Claro que sí. Los que escribimos tenemos presente que puede tomarse personal.

Para el calor, por ejemplo, pienso que contrario a lo que se siente, los humores no van en un sentido evidente que arde con furia. No hay enojo ni malas intenciones; es más bien una alegría profunda. Una explosión que celebra la capacidad de encenderse aún si lo que genere sobre la piel pueda simular un castigo. Por otra parte, el frío abraza y lo hace con una calidez fallidamente aprendida; como si con el corazón deseara tocar con latidos tibios, pero para el tiempo en el que las manos se extienden para alcanzar a los cuerpos, la frialdad ya se posara entre las huellas digitales y no hiciera más que repeler a los cuerpos; cubrirlos, protegerlos.

“Sin dejarme vencer por la lluvia”, del poeta japonés Miyazawa Kenji, es una declaración ante lo que acontece climáticamente alrededor de uno; cómo se siente, cómo se interpreta y cómo se toma tras una introspección valiente. Peculiar es, por supuesto, que los factores primarios para la creación de tal poema, nazcan a partir de las lluvias, del viento, de un calor fatigante o un frío que acosa.

Hay una voz que se presenta seca y cortante dentro del poema, al mismo tiempo carga con una ternura humana fácilmente reconocible. El tiempo y sus manifestaciones, son para esta voz una suerte de batalla por librar. El combate es personal. “Sin dejarme vencer por la lluvia, sin dejarme vencer por el viento, sin dejarme vencer ni por la nieve ni por el calor del verano, con un cuerpo fuerte, y sin deseos, sin sentir nunca rencor, siempre con una sonrisa tranquila”. ¿Es que hay una enseñanza de la que nos hemos estado perdiendo todo este tiempo? Se sabe que el temple viene desde adentro, ¿pero no es acaso una mejor experiencia el dejarlo manifestarse desde fuera, desde lo que sentimos y podemos nombrar?

Tendríamos que practicar la exposición física, el acoplarse al clima, y obedecer a los ajustes que cada rayo, gota o ráfaga dicten. Es algo más profundo, por supuesto; pero el aprendizaje está allí, entre los humores del tiempo.

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