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Los humores de la lectura son peculiares. No quiero emparejarlos ni por equivocación con los antojos del entretenimiento visual porque sería una ofensa para ambos que reinan desde sus múltiples modalidades nunca destinadas a ser comparadas. Pero algo tienen en común.

Quizá se trate del deseo. Ese impulso que reina el mundo de la indecisión cuando no sabemos qué mirar, cuando no sabemos qué leer. Para los libros la cosa es más dramática porque accedemos a un compromiso a corto plazo que buscaremos cumplir en tiempo y forma con las mejores intenciones. Ahora, ¿qué queremos leer? ¿Bajo qué humor pretendemos mantenernos? ¿Estamos listos para la invasión, para la sorpresa, o en su caso, el abandono de uno mismo en las letras que tenemos en frente?

La autora eslovena Mojca Kumerdej, en su cuento “El hombre hígado”, toma estas indecisiones o titubeos del espíritu y los convierte en un agradecimiento por haber llegado a ella y a lo que se ha dispuesto a compartir al mundo: una historia maravillosa.

El relato nace desde la voz narrativa de un biólogo que se encuentra en camino al reconocimiento asegurado. Su trabajo científico ha llegado a buen puerto y late ya entre los futuros galardones dedicados al avance de la ciencia. Lo único que lo separa del momento triunfal son algunos minutos en auto y una lluvia molesta. Todo ocurre rápido: el volanteo, los movimientos inciertos en un zigzag amenazante y el posterior bloqueo de luz que se traduce en lo que consideramos la muerte. Las instrucciones posteriores, como biólogo que honra su arte, radicaban en la donación de cualquier órgano que pudiera salvar la vida de otra persona.

La narración continúa a partir de una conciencia despierta, como si la identidad mental no hubiera hecho más que dormitar por un momento para despertar en un escenario diferente pero manteniendo la voz; esa voz de su “vida” anterior. Tras momentos de confusión y una cátedra sobre sus circunstancias actuales, quien narra se reconoce hígado al escuchar en boca de los doctores que la adaptación a la que se había sometido era calificada como exitosa. Odió cada instante de su existencia renovada.

¿Qué sucede con la incompatibilidad entre la personalidad de un científico arrogante y su nuevo “hogar” humano perfectamente común? ¡Un discurso por demás fascinante en la voz de un órgano hablante! De este lado y en un cuerpo afortunadamente vivo, comparto que renació en el sitio adecuado porque en vida ya era un hígado.

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