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Sabemos que estamos vivos. Somos conscientes de lo que sucede muy dentro de nuestros cuerpos y hemos aprendido tan bien a reconocernos que basta una pequeña señal, acaso un ligero cambio en lo que percibimos como físico para darnos cuenta de que, efectivamente, estamos vivos.

También lo sabemos porque, afortunadamente, todos los días despertamos y el pensamiento automático se sitúa en la lista inmediata de cosas por hacer y obligaciones por cumplir. La escuela, el trabajo, los niños, la comida, el aseo, el descanso, la noche, el momento de apagarnos y comenzar de nuevo. Es evidente, estamos vivos. Ahora, ¿nos sentimos vivos?

En “Hallazgo de la vida”, de César Vallejo, estamos ante un poema en prosa con guiños de discurso. Si bien no se trata de una invitación, muy pronto nos descubriremos haciendo una proyección personal de todo cuanto estamos leyendo. Es un ejercicio al cual no fuimos invitados y probablemente de haberlo sido, habríamos declinado con educación. ¿Quién, en estos tiempos tan veloces y tan volátiles, quiere conscientemente tomar un momento para profundizar en el pensamiento, y aterrizar con amenaza de estancia en algo tan innombrable como lo es la vida? No tenemos tiempo.

Sin embargo, César Vallejo lo ha hecho en la voz de un hombre que bien pudiera ser la suya. “¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable espontánea y reciente de la vida, que hoy, por primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”. ¿Qué es lo que le ha ocurrido? Y más importante, ¿qué debemos hacer para llegar a esa dicha?

Sabemos identificar y nombrar cada una de las cosas que sentimos. Es fácil; hemos sido educados para ello. Pero haciendo una introspección de segundos, y considerando que con suerte otras personas piensen igual que yo, la realidad es que no somos conscientes de la vida. ¿O no la hemos sentido?

Quizá se trate de un instante secreto del que nadie te habla. Un instante prematuro, o tardío, en el que imagino que tal hallazgo cae sobre tu mente y se apodera de tu existencia para entonces mirar con ojos diferentes. Ojos plenos, ojos vivos. Dice Vallejo, y le creo, que “mi gozo viene de lo inédito de mi emoción”. ¿Acaso existe una frase más perfecta y preciosa? Aguardemos, quienes no lo hayan sentido aún, por ese momento que lo cambiará todo. Esperemos con certeza el hallazgo de la vida.

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