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¿Alguna vez has rebosado de palabras? Es más incómodo que romántico. Como si alguien dentro de ti hubiera notado tu silencio y decidiera que era prudente adornarlo; llenarlo de algo. Entonces hablaste sin pausas. Tu cerebro coordinó perfectamente todo lo que pasaste por el corazón con emoción y luego lo dirigiste al estómago con frialdad para no parecer totalmente sentimental, y al final sentiste en la tráquea una vibración que al instante reconociste familiar porque en su presentación sonaba tu voz. Es un evento increíble.

En mi existencia las palabras son más bien silentes. Me ahorro el esfuerzo de la vibración interna para vocalizar posteriormente porque todo cuanto pienso es filtrado y decido no decirlo; es algo así como una economía de las palabras. Por supuesto, es peligroso. Recientemente dije y callé tanto por dentro, que al mínimo estímulo terminé hablando por horas sin poder controlar un discurso que no reconocía como mío. Fue un desborde, un caudal de letras. Me expuse.

Por eso prefiero los puentes: una hoja de papel, una pluma, un teclado. La mano, por ser extremidad, rara vez necesita de la validación de los órganos internos. Entonces conecta inmediatamente con alguna parte del cerebro y los dedos hacen el trabajo, dicen lo que quieren. Ahora, por ejemplo, los muevo con frenesí mientras el pulso que adorna mi muñeca hace un sonido peculiar al contacto con el escritorio y así me distraigo de pensar en que, al leerme, de alguna forma escucharás mi voz. Asusta.

Ocean Vuong, novelista, poeta y ensayista, escribe en “Casi humano” la forma en la que abandonó su cuerpo y su vida a la escritura. Su proceso, como puede adivinarse, fue todo menos armonioso. Llegó tarde al mundo de la lectura y cuando lo hizo fue absorbido y enviado al punto de no retorno. Fue rebasado y la pulsión para leer y escribir fue tal que lo enfermó de un impulso creativo incontrolable, ¿es que acaso había pasado demasiada vida sin palabras?

En referencia a esto, expresa “si las palabras, como ellos decían, no tienen peso en nuestro mundo, ¿por qué seguíamos hundiéndonos, doctor –digo Señor?”. Quizá para él, como para algunos de nosotros, pesan más y enferman más las palabras que guardamos en las cavidades internas que las que dejamos vivir por segundos en el aire. Si es así, entonces valdría la pena desconectar los filtros internos y abrir la llave de las letras para que las palabras puedan formarse con naturalidad, en libertad; a su antojo. 

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