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En los últimos días la noche acecha más pronto, se roba minutos, incluso segundos si le resulta posible. Poco parece interesarle si con su llegada lo innombrable que se lleva por dentro comienza a llenarse de un líquido melancólico a tiempos temerosos. Es como si presionara los cuerpos de arriba hacia abajo, como si apretara con el aire húmedo, frío y nos empujara hacia el resguardo hogareño. Nosotros, conscientes o no, obedecemos.

Siempre he respetado la obscuridad. Le temo, le huyo. Cuando era niña, despertar en la noche por la urgencia de ir al baño era una constante confrontación hacia las formas, una imaginación desbordada y la posibilidad de que toda sombra podía atacarme. Atravesaba un pasillo que me parecía infinito aun cuando podía recorrerlo con cuatro pasos. Miraba de un lado a otro con adrenalina en la panza y luego me dirigía a la habitación de mis padres solamente para contarles que iría al baño. Ahora me río de eso, pero en ese tiempo, en aquella noche cuando mi mamá lavó un pantalón de la secundaria de mi hermano y lo colgó en el foco redondo del ventilador de la sala, juré que las formas correspondían a un hombre colgado. Desde eso miro con cuidado.

“Bendición por la luz”, del poeta angloirlandés David Whyte, se presenta como un agradecimiento hacia la claridad que se puede tener a partir de los primeros momentos del día, cuando las sombras aterrorizantes comienzan a suavizar sus contornos para ofrecer una definición certera de las cosas. La luz, en este poema, no se refiere precisamente al sol, sino a todo aquel destello que sirva de guía.

En el principio del poema, las gracias hacia la luz van justificadas porque el poeta logra reconocer genes familiares en la existencia de su hija. Luego, como si de un foco se tratara, la luz le toca a él y agradece por la forma que lo iluminado le proporciona. Tal pareciera decir que él solamente existe bajo aquella luz perfecta que sabe mirarlo, que lo vuelve real.

Los próximos versos funcionan como destellos profundos. La claridad que había encontrado principalmente en su hija y en él, es ahora una suerte de lámpara que ha dejado de posarse en ellos para enfocar más allá; hacia el otro, hacia lo que no queremos mirar y hacia lo que puede ser difícil observar con la luz adecuada. ¿Y si los ojos de las personas fueran esa luz que nos permitiera tener una visualización real de la gente? Qué fortuna, qué atemorizante, qué gran oportunidad para ver; realmente ver.

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