A propósito de los sueños (II)

Julia Yerves Díaz: A propósito de los sueños (II)

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La única forma en la que la niña se detuvo fue por la colisión. Al indicador verde, y en un tiempo trágicamente perfecto, un camión pasó sobre ella con marcha natural e imperturbable. Dos llantas sobre su cuerpo y un tenue quejido. La madre, siempre lenta, se detuvo segundos antes del choque. Estaba frente a mí. Crucé hacia ella y la dirigí hacia la escarpa. “¿Quiere llamar a alguien?”. Un uber, respondió.

¿Y la ambulancia? ¿Y la llegada de la policía, el proceso eterno con papeleos, verbalización dolorosa de los hechos, levantamiento del cuerpo, entrega, prepararlo para su viaje hacia la tierra o hacia el viento, velarlo y llorarlo como se lloran las pérdidas trágicas y prematuras? La madre quería irse. En el fondo la entendí porque siempre he pensado que deberían otorgarse licencias para momentos como ese donde el dolor es tan grande que ni siquiera la capacidad de hablar debería demostrarse.

Repetí mi pregunta reformulándola con miedo. Junto a mí tenía a una mujer que había visto la muerte de su hija y su único deseo era irse del lugar. No acercarse al cuerpo ni gritar desgarradoramente o tomarla entre sus brazos por última vez. Quería irse.

Por suerte me dijo que llamara a un número; lo hice. No sabía quién contestaría ni mucho menos qué era lo que debía decir. Lo único que tenía claro es que sería yo quien hablara con quien sea que contestara porque ella se encontraba ya muy lejos del momento. Quizás se elevaba con el espíritu de su hija o quizá su vida se había quedado entre el sonido de esas llantas sobre un cuerpo. La recuerdo de pie en la esquina, a mi lado, sin una lágrima. Tenía la mirada vacía y el bolso entre sus brazos. “¿Contestó?”, dijo. Respondí que no. “Intenta de nuevo, por favor”. Lo hice y escuché la voz de un hombre. Sin pensarlo de mi boca salieron palabras automáticas.

-Ha ocurrido un accidente.
-Lo sé, estoy en camino. ¿Estás con ella?
-Sí, con la madre. No sé su nombre ni hemos llamado a la policía. Solo me pidió que llame a este número. No quiere acercarse. Los autos están detenidos y seguramente la ambulancia está en camino.
-Estoy cerca. No llamen a nadie en absoluto. Solo dile que tengo la caja.

El hombre colgó y miré a la mujer. Con una ternura nueva en mí, extendí mis dedos para tocar su brazo y llamar su atención. Me miró y el vacío de sus ojos de pronto parecía un mar dormido conteniendo toda el agua del océano, pero lo suficientemente calmo para no desbordarse. (Continuará). 

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