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En estos días que transcurren con la impresión de quemarse en una tierra que se recrea ajena a nuestra comodidad, es fácil notar un dejo de soledad o aparente melancolía. Y es que en los meses donde lo que brilla hiere y lo que calienta agobia, parecemos más automáticos que nunca. Despertamos, nos nutrimos, trabajamos, nos deshidratamos, tomamos pausas bajo las sombras o los espacios más frescos de casa, procuramos los alimentos fríos y preferimos la frecuencia del agua sobre el cuerpo para luego descansar en una cápsula personal con aire frío de la que no quisiéramos salir. Si es algo tan constante, incluso familiar, ¿por qué la nostalgia?

No sé realmente en qué momento de mi vida comenzó esta asociación peculiar. Pero recuerdo las noches sin viento, los hilos de la hamaca calientes y algo se oprime dentro de mí. Buscaba lo efímero de la frescura, lo sé desde entonces. Tomaba un atomizador y rociaba con él los hilos que se calentarían con el aire en minutos, antes de esto, me metía de nuevo a la hamaca para disfrutar de la falsa frialdad. Quedaba dormida entre una bata semihúmeda y el sueño ligero. De nuevo, ¿dónde está lo triste?

Mary Oliver, en su poema Gansos salvajes, pareciera no pedir permiso para dirigirse a algo que no se puede nombrar con facilidad: el sentimiento de soledad, las expectativas de la vida, el ocultar lo que duele por dentro para tratar de armonizar con lo que nos rodea en el exterior: una primavera explosiva.

Así, una voz se dirige a quien lee para enunciar frases por demás certeras: “Solamente tienes que dejar que el suave animal de tu cuerpo ame lo que ama. Cuéntame del dolor, tu dolor, y yo te contaré del mío. Mientras tanto, el mundo sigue girando. Mientras tanto, el sol y los nítidos cristales de la lluvia, atraviesan los paisajes, las llanuras y los bosques profundos, las montañas y los ríos”.

Estos versos miran, saben cosas que no han visto y también sienten calores que no han sufrido. Después de todo, la poesía tiene eso, la magia de crear relaciones internas por demás improbables, irracionales, absolutamente humanas. La despedida, ¡vaya despedida! Es abrazo que no quema, es un alivio anhelado. Lo dejo aquí para los cuerpos que abrumados por un calor melancólico, busquen refrescarse. “Quienquiera que seas, no importa cuán sola estés, el mundo se ofrece a tu imaginación, te llama como los gansos salvajes, áspero y apasionado, anunciando una y otra vez tu lugar en la familia de las cosas”. 

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