La muerte de un sacerdote maya

Lázaro Hilario Tuz Chi: La muerte de un sacerdote maya

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En el año 2009, la muerte de don Juan Bautista Dzul, Jmen de Tiholop, significó para sus deudos una importante pérdida, ya que suponían que su trayectoria de vida como oficiante religioso, yerbatero y rezador, lo convertía en un hombre entregado a su labor benévola hacia su pueblo.

De manera tal que el día de su funeral, una importante cantidad de gente del pueblo de Tiholop acudió a brindarle su honra, su cuerpo fue tratado con absoluta delicadeza, demostrando así, su condición de sacerdote maya, de hecho, sus últimas conversaciones refirieron recurrentemente que su final estaba por llegar y que en sus sueños tanto el ave de cola larga como los señores Yuumtsilo’ob, acompañados de los chako’ob, señores de la lluvia, venían en su búsqueda, así interpretaba él que su final se aproximaba.

El entierro en el cementerio de la comunidad reflejó una serie de elementos icónico-simbólicos que denotan y reflejan su condición de sacerdote maya, la cuerda de nueve hilos que le rodeaba la cintura a manera de cinturón y el mismo que le cercaba las manos y, a sus pies, una cruz. Esto reflejaba invariablemente el regreso al origen, la cuerda indudablemente simbolizaba el cordón umbilical, la cruz a sus pies, el árbol de la vida, el eterno retorno del hombre para alcanzar el nivel celestial.

La sal de mar, las nueve ramitas de ruda y las nueve hojitas de ya’axjalalche’ sobre su ataúd, mostraban una preocupante atención de los familiares y deudos, pues se pensaba que al haber sido en vida un sacerdote maya Jmen, sus restos podrían ser profanados y utilizados para actos de brujería por los waayo’ob o los jpuulyajo’ob. La sal, la ruda y el ya’axjaalalche’ serían los amuletos que impedirían que intruso alguno pudiera profanar la tumba y llevarse como reliquia alguna parte del cuerpo del difunto.

La espera para alcanzar el nivel celestial habría de definirse “hasta que el cuerpo se descomponga”, no obstante, los cuatro años que significó estar yaanallu’umo bajo tierra, también referían un tiempo de renovación, de purificación y de aceptación como ser deidad.

Su condición de sacerdote maya Jmen le dio en vida un estatus importante, dada esta encomienda, se entendía que su virtud se debía a sus señores creadores y a quien había servido en vida, es decir, a los aj balamo’ob, los yuumtsilo’ob y chaako’ob, los mismos que habrían de reclamar su alma al momento de su fin sobre la tierra.

De esa manera, llegado el tiempo de la exhumación, se entendía que el antaño humano, solamente requería de otro mortal piadoso para que con su oración en latín pidiera a todos los santos celestiales, al señor San Isidro Labrador, a San Juan Bautista y a San Miguel Arcángel, pero también a “in yuumchako’ob, In yuum aj kananiik’ob, in Yuum aj mosoniik’ob, in yuum aj kanankakabo’ob”, recepcionar al nuevo santo don Juan Bautista Dzul, espíritu que se incorporó como un nuevo señor cuidador de la lluvia: Aj kananchaak.

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