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Nuestros días están rodeados de historias que con sus palabras llenan esos espacios entre personas e interacciones. Podríamos decir que somos historias andando y que inconscientemente aguardamos por la persona adecuada para desenvolvernos y dejar salir nuestro acontecer más reciente.

Cada plática que entablamos va cargada de emociones e impresiones. Algunas son frías después de un tiempo considerado entre el acontecimiento y la verbalización, y otras calientes cuando los sucesos aún hierven en la sangre y salen con fuerza y volumen de la boca. Estas historias que decidimos compartir, ¿tienen un color? Quizás si el hecho fue malo pudiera representarse con una escala de grises o cafés; si fue alegre, vibraría entre tonos amarillos y verdes o incluso azules eléctricos. Si, por el contrario, fue algo que ocurrió entre ira, los tonos rojos y negros serían adecuados.

La lectura que corresponde a esta semana produjo un color especial en mi imaginación: naranja tenue con guiños brillosos. Estoy segura de que lo has visto; es el color que baña las paredes de la ciudad después de una lluvia intensa y vespertina. Un tono pacífico pero nostálgico y armonioso.

Banana Yoshimoto, en su novela Amrita, cuenta la historia de Sakumi, una chica que sufre un accidente que la incapacitó para vincular recuerdos y para sentir de manera “normal”. Poco tiempo antes su hermana había muerto. Después de recuperarse parcialmente, la nueva compañía de Sakumi serían su hermano menor y el novio de la hermana.
La novela vive entre descripciones desgarradoras que extienden hilos hacia nosotros para mantenernos unidos a Sakumi. Es posible sentir su dolor y una forma muy extraña de pasar el duelo. Las tardes se convierten en espacios donde el tiempo no corre porque hay algo terrible en esas horas indescriptibles donde no ocurre nada y el cuerpo se queda atrapado en un malestar que se siente en el alma.

Encontramos muchas historias dentro de una gran novela que rompe con el orden, y que lejos de centrarse en un acontecimiento específico nos lleva de la mano para que podamos sabernos parte de un proceso íntimo y familiar conociendo la evolución emocional de quienes se han quedado en pausa. No tenemos las instrucciones a seguir cuando alguien ya no está.

Con una escritura magistral y familiar, retomamos la proyección humana y la fragilidad del espíritu; porque la lengua y nuestro origen dejan de importar cuando Yoshimoto nos ha obligado tiernamente a simplemente sentir.

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