La infancia de la humanidad
Cierto es que vivimos midiendo la vida en momentos, minutos, horas, días, meses y años.
Cierto es que vivimos midiendo la vida en momentos, minutos, horas, días, meses y años. Nos llenamos las bocas con aires de sabiduría para hablar de cómo el tiempo que transcurre en nuestros cuerpos es un agente que va de la mano con nuestra madurez. Tal pareciera que, mientras más años llevemos debajo de las ojeras y sobre las rodillas, más notorias serán las señales de que hemos adquirido lo máximo de la experiencia de vida e inteligencia emocional, personal y social. No es grave afirmarlo, a veces somos nuestro punto de referencia preferido.
El ensayista venezolano Arturo Uslar Pietri viene a bajarnos de una ilusión mental para hacernos mirar en perspectiva temporal. Adelanto que lo hace por medio de un ensayo titulado “La infancia de la humanidad”, mismo que forma parte del libro En busca del nuevo mundo (1969). Invito, en este momento, a que tomemos en cuenta que hay grandes cambios y oportunidades de aprendizaje cuando somos capaces de mirar la vida desde la perspectiva del otro.
En el ensayo que nos corresponde esta semana, se parte de una idea mundialmente aceptada que afirma que la humanidad es vieja. Es natural pensarlo, en la primaria aprendimos que la Tierra existe desde hace muchos millones de años. Lo sabemos en teoría, pero quizás no nos hemos tomado el tiempo de realmente pensar en ello. Nosotros los humanos, tal como lo afirma Uslar Pietri en una imagen preciosa, somos la última página si consideráramos que la historia de la Tierra fuera un libro.
Partiendo de estos hechos, el golpe viene sin avisar: no somos la mejor infancia. Representamos la inmadurez de una niñez donde las acciones no son medidas y donde nuestras conductas actuales denotan aires infantiles; somos alegremente destructivos, confiamos demasiado en lo que nos rodea y en los avances y grandes pasos que aparentemente hemos dado.
Como niños regañados, comenzamos a pensar en lo esporádico de nuestra existencia. Sentimos de repente la invitación implícita para comenzar a madurar y hacerlo con acciones dignas de tantos años de evolución.