“Instrucciones para llorar”
El poder de la pluma
En los últimos días he caído en el ejercicio de pensar en todas aquellas cosas que ya no logramos hacer por instinto y en cambio pedimos opiniones o guías para realizarlas. Éstos bien podrían ser los actos más simples y naturales, pero hay una inseguridad que corre por nuestras venas y nos hace buscar certezas lejanas a nuestros primeros impulsos.
Si decidimos alojar este pensamiento en la mente por más de un minuto, quizás lleguemos a considerar la idea de que todo lo que conocemos y hemos aprendido a hacer lleva indicaciones ajenas expresadas por una mente con más sabiduría. ¿Todo cuanto somos ahora es un resultado de las instrucciones de nuestros padres?
Les aprendimos todo. La forma de caminar, los trucos al cocinar, los remedios caseros que viven entre bocas de generaciones pasadas, saber cuándo confiar y cuándo desconfiar, la manera de cargar un garrafón de agua, determinar por medio de la intuición automovilística cuándo es necesario un cambio de aceite, e incluso cómo reponerse en casos de emergencias emocionales.
En “Instrucciones para llorar”, del autor argentino Julio Cortázar, nos encontramos con una serie de oraciones a modo de guía para realizar debidamente el acto de llanto. Algo que nunca aprendimos de nuestros padres y que fue otorgado de forma personalizada para nuestra particular existencia: nadie llora igual.
Dentro del texto no importan los motivos por los cuales una persona puede llorar, más bien se aboga por la ejecución adecuada del acto. Se nos indica primeramente que no optemos por el escándalo y que mantengamos la acción por la vía discreta. Al mismo tiempo se nos recuerda que no debemos deformar el rostro en demasía, pues las posibilidades de confundirse con una sonrisa psicópata pueden ser muchas.
Una vez que hemos situado el pensamiento en nosotros mismos y en la pena que nos oprime la garganta creando nudos, se nos indica cubrir el rostro con ambas manos para que nuestras palmas, y solo ellas, sean testigos del evento acuoso. Debemos dejar que salga todo y sabremos distinguir el final: la nariz se congestionará. Finalmente, el autor nos informa que el promedio de llanto es de tres minutos.
Detrás de un texto genial, miramos entre letras el hecho de que siempre hay expectativas sobre nuestra existencia y sobre nuestras acciones. Pudiera ser hora de independizarnos de todo cuanto nos han enseñado y no seguir tantas instrucciones. Demos pasos firmes, esos que salen de nuestro instinto.