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En ocasiones es muy fácil clasificar las acciones con base en lo que hemos creído como correcto o incorrecto. Hay patrones aprendidos que ya no resultan un reto para nuestra aceptación o comprensión de lo que se considera socialmente ideal; o al menos así era hasta hace unos años.
Ahora las voces parecen levantarse con fuerza para gritar y señalar todo lo que por años ha venido funcionando de la peor manera. Los intentos son grandes y las almas quieren unirse. Sin embargo, la resistencia es un factor importante porque hay mentes que por dentro llevan caminos casi imposibles de cambiar.

He pensado en lo anterior a partir de un texto que causó ruido en mi interior. Porque, como bien sabemos, los años son mágicos cuando de relecturas se trata, pues hay un guiño sin nombre que nos lleva a encontrar cosas nuevas y frases dignas de atesorar o repetir.

El caso ahora es contrario; la historia me estremeció y causó una inquietud compartida con el personaje que nos habla y acerca a su historia, misma que a continuación comparto.

En el maravilloso cuento La sunamita (1967), de la autora mexicana Inés Arredondo, conocemos la historia de Luisa, una joven que regresa al pueblo donde creció para asistir a su tío Apolonio, quien junto con su esposa la había criado. El último deseo del viejo era lo menos que Luisa, hasta ese momento, creía que podía hacer por él.

Pasaron los días y la sensibilidad de la joven se vio afectada. Estar cerca de la línea entre la vida y la muerte suponía una experiencia que no lograba procesar del todo, pues su corazón dictaba tristeza por lo inevitable y su mente apelaba por la naturaleza de la muerte.

De pronto, y en un momento crucial donde faltaban horas para la muerte del tío, el último deseo fue verbalizado: quería casarse con ella para heredarle absolutamente todo. ¿Aceptó? Sí. Lo hizo tras días de angustia, y con todo el repudio que sintió en su ser; en contra de lo que ella creía mejor. La presión social, después de todo, fue el factor determinante.

Grande fue la sorpresa cuando el tío venció a la muerte y recobró la salud al mismo tiempo que a su cuerpo regresaban viejos hábitos instintivos que significaron la pérdida de una virtud que Luisa había decidido conservar para sí misma. ¿Y todo por cumplir un papel marital? ¿Por corresponder socialmente? La desolación se siente entre letras, como si una tristeza embargara todo cuanto su tío había tocado. Quizás, lector, no estemos tan lejos de estas historias.

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