Los primeros pasos

Ahora nuestro país camina del lado contrario al que siempre ha marchado entre tropiezos y la gente parece entusiasmada

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Hay personas que viven a la espera de un cambio, como si un cierre de ciclo o la llegada de tal o cual temporada pudiese borrar de raíz los daños que se le han hecho a la vida personal en un corto periodo de tiempo. Mucha gente tiene fe, muchos creen.

Y aquí estamos nosotros. Mirando cómo los jóvenes se expresan desde una esperanza sin memoria histórica y política, y observando también cómo los sabios mayores aguardan por la oportunidad de recordarnos que nada cambia y que, lejos de mejorar, estos nuevos aires pueden más bien ser peores.

Es cansado. Fatiga el hecho de guardar los comentarios o pensamientos por temor a parecer incrédulo. Lo cierto, lector, es que nunca hemos estado en este lugar; ahora nuestro país camina del lado contrario al que siempre ha marchado entre tropiezos y la gente parece entusiasmada.

Habría que dejarla estarlo.

Como letra al ojo, y no anillo al dedo, ha llegado a mí un cuento del escritor mexicano Bernardo Esquinca. En él, y llevando el título de “Día cero”, encontramos gestos que pudieran ser interpretados bajo la mirada de todos nosotros.

Dentro de la historia conocemos a Jacinto, un antiguo maestro que había perdido su empleo gracias al gobierno y ahora laboraba como conserje en un hostal muy cerca del Zócalo de la Ciudad de México. El centro le pertenecía, pues había pasado la mayoría de su vida entre las calles y conocía los ruidos y señales existentes en esa cotidianidad urbana. En ese día, el escenario era distinto.

La población completa había recibido el aviso de evacuación por la ausencia de agua y la promesa del gobierno era una reparación pronta; por lo que las personas salieron de la ciudad con la confianza incrédula de quienes ya conocen los tiempos de espera. Jacinto, en cambio, decidió no irse. Se quedaría para ser testigo de lo que venía, pues, más allá de toda lógica comprensible, él sentía que en esta ocasión el agua llegaría recorriendo la ciudad como si se tratara de un retorno ancestral.

Los aires mágicos ocurrieron y Jacinto fue testigo de la llegada de aquellos que vivieron muchos años atrás. Venían listos para regresar el agua mediante un sacrificio humano y poco pudo hacer nuestro personaje para evitar ser él quien derramara su sangre a modo de ofrenda.

Como Jacinto en un punto, ahora es nuestro turno de aguardar los pasos de un país que ha decidido cambiar el camino. Tendremos que ser sabios y no ser las suelas de los zapatos, sino la fuerza de las piernas que guíen.

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