Casa de dos aguas, la poesía de Rodrigo Quijano

Lourdes Cabrera: Casa de dos aguas, la poesía de Rodrigo Quijano.

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Un día memorable, a punto de cerrar el año, en un café ubicado frente a la llamada plaza grande de Mérida, sentados al balcón, la tarde nos vio pasar del segundo piso a otras dimensiones que la animada plática y la agradable vista provocaban. Siempre han sido así mis encuentros con Rodrigo Quijano. Me obsequió su más reciente poemario, Bosquejos para una casa (Capitolina 2021), producto de su entera autoría en cuanto a texto, introducción, diseño editorial e ilustraciones.

Son 46 los títulos que remiten a una imagen, en el amplio sentido del término, pues las cuatro ilustraciones de interiores tienen nombre y forman parte de la intención expresa de reunir la arquitectura con la poesía, emplazamiento feliz de dos disciplinas que se ayuntan para refrescar, al mismo tiempo, la mirada y el oído, el sentido de orientación y el ritmo, la dimensión espacial y la sonora. Tenemos la impresión de que esta hibridez disciplinar fluye en forma y contenido.

Los planos arquitectónicos “Villa para oír el canto de los mirlos”, “Casa quebradiza”, “Casa de las flores” y “Casa del silencio”son insertados entre los poemas y constituyen una propuesta de lectura que, obviamente, pretende ir más allá de una simple ilustración. En este sentido, Quijano invita a comprender la sintaxis de un amplio discurso arquitectónico entremezclado con el poético. De manera que hay una sugerencia de interacción con la palabra y la imagen, que amplía los posibles significados del poemario así codificado.

El gran tema del Amor que recorre este libro, inscrito en el movimiento de la nueva sentimentalidad con trazo firme, abona también al simbolismo, específicamente en “Casa del silencio”, cuyo título invita a mantener los labios cerrados mientras se identificaun milenario emblema encubierto por el plano del edificio, singular y curioso. Desde luego que ha sido un obsequio para meditar y analizar lo que Rodrigo Quijano logra decirnos cuando canta al Amor con mayúscula, tal como se enuncia antes en el poema “Celosías”, cuando aprovecha vincularlo con la luz que otorgan las transformaciones interiores que podríamos vivir en ese silencio.

Un repaso al conjunto poético nos confirmará que no sólo estamos cantando desde un par de disciplinas en esta casa de dos aguas, que es el libro, sino que evocamos, a veces, a la danza y al dibujo. Sin duda, una obra de exquisita y cuidada factura, que abona a la literatura yucateca un material verbal con suficiente muestra de dominio técnico, el cual se aprecia en medio de una aparente sencillez temática que no requiere de métricas, porque el director de orquesta es el ritmo.

En la propuesta de este joven valor literario siempre hay un misterio, un aforismo que asoma a la orilla del verso. Por momentos, a mi parecer magistrales, desea revelarnos ese remanso de estarse consigo mismo, ya sea a través del sueño o con cierta exaltación frente a un espacio donde “la luz susurra las primeras imágenes del mundo”. El Amor no es un tema que conozca todo mundo; el poeta existe en ese privilegio y lo comparte en serena construcción.

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