Medir la felicidad
El poder de la pluma
La dignidad es un bien jurídico cuya garantía está prevista en la Constitución. Es un concepto bien dilucidado en nuestro marco legal y en los sistemas universal e interamericano de los derechos humanos y su ejercicio es inherente a la felicidad, medida ésta como el índice de desarrollo humano.
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre considera que la dignidad tiene que ver con “la protección de los derechos esenciales del hombre y la creación de circunstancias que le permitan progresar espiritual y materialmente y alcanzar la felicidad”. ¿Cómo materializar desde este enfoque la felicidad? Mediante permitir que las capacidades de las personas aumenten y puedan disfrutar de mayores opciones. m Algunas capacidades se van construyendo, pero otras tienen que ver con políticas públicas, por ejemplo la sobrevivencia al nacer o el nivel educativo, o tener mejores ingresos en el trabajo. Así las personas pueden “escapar” del hambre, la enfermedad y la pobreza.
La idea de que el PIB o PNB no son los mecanismos más certeros para medir el desarrollo de un país y de sus habitantes es un postulado viejo y se debe al trabajo de un grupo de economistas liberales, pioneros de un movimiento que se dio por llamar “la revolución del desarrollo humano”, que en los ochenta fue considerado “hereje” por oponerse a los paradigmas que prevalecían.
Uno de sus máximos representantes fue el pakistaní Mahbub Ul Haq, de quien la ONU adoptó esta teoría para crear el índice de Desarrollo Humano con el que, desde 1990, mide la riqueza de las naciones, por el nivel de vida de sus ciudadanos. Amartya Sen, un reputado economista indio, consolidó este nuevo enfoque de manera tan brillante que le valió el Nóbel de Economía en 1998. Hoy el Índice de Desarrollo Humano (IDH) “monitorea el progreso de las naciones con un instrumento que conjuga la longevidad de las personas, su educación y el nivel de ingreso necesario para una vida digna”. En México, desde 2010 la ONU mide tres dimensiones principales: ingreso, salud y educación. La garantía de que un mexicano viva con dignidad y por ende pueda ser feliz radica en el nivel de estas tres dimensiones, imprescindibles para afirmar objetivamente que una sociedad se acerca o se aleja de la “felicidad”.
Los desafíos en estos rubros siguen siendo enormes, y si bien nuestro IDH antes de la pandemia estaba en un digno lugar 74, después el PNUD calcula que habría una reducción de 25% en la cobertura de servicios de salud y la tasa de mortalidad infantil (y la esperanza de vida al nacer) retrocedería 8 años; en educación este retroceso sería de 5 años. En cuanto al ingreso, el PNUD señala que “un posible efecto de Covid-19 en la economía mexicana sería una caída del 8.55% en el Ingreso Nacional Bruto (INB), a partir de las probabilidades de comportamiento en la recuperación económica”. En este escenario, se estaría en niveles similares del INB de 2011.
Por eso las acciones gubernamentales para la recuperación son clave para la reactivación de la economía y los empleos si de verdad importa que los mexicanos seamos “felices”.