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Cuando todo esto pase nos vamos a abrazar de nuevo, vamos a tomar dos, iremos de paseo, estaremos más tiempo juntos, voy a hacer ejercicio todos los días, cuidaré más mi alimentación… buenos propósitos que nos salen en estos días de pandemia y encierro. Son tantos –y tan loables, desde luego-, que uno piensa si alcanzará la vida (o lo que de ella queda) para cumplirlos aunque sea parcialmente.

Encerrados como estamos –la única forma eficaz, afirman las autoridades sanitarias, de evitar el contagio mortífero con ese minúsculo ente macabro- y tratando de rescatar recuerdos y meditar sobre lo que hemos hecho (bien o mal), vamos tejiendo buenos propósitos y nos agarramos al tenue hilo de la esperanza para mantener la existencia y reconstruir lo reconstruible.

Disquisiciones y jaladas aparte, en este encierro he tenido tiempo de repasar ciertos episodios que me han tocado vivir. Por ejemplo, y sobre el tema sanitario, aquella epidemia de cólera en 1995 que afectó a Yucatán y cuya erradicación se demoró tres años. En ese entonces, mucha gente se negaba a hervir al agua para beber. Luego esta la pandemia de H1N1 en 2009, que nos hizo temblar de miedo a los mexicanos y obligó a cerrar fronteras y establecer férreas medidas sanitarias.

Pero también están las recurrentes crisis económicas en las que hemos vivido muchos desde hace al menos medio siglo. Quienes ya doblamos el cabo de la buena esperanza recordamos aquellas inflaciones terroríficas de la época de López Portillo que nos hicieron millonarios a todos y que generaban diarias devaluaciones del peso.

Y para no hurgar mucho en la herida, está también el “error de diciembre” de 1994, bautizado como “el efecto tequila”, que hizo sacudirse al mundo y a las grandes corporaciones internacionales. Si no hubiera sido porque el presidente Clinton de Estados Unidos intervino para poner a disposición de México miles de millones de dólares, esta es la hora de que aún no nos hubiéramos repuesto (mas o menos).

Y en lo político, la época del partido único que mantuvo en un puño a la población mexicana y que dio pie a gestas heroicas que se tradujeron en avances democráticos innegables y en instituciones garantes de esa democracia que se inicia con el voto, pero no se agota con él. Hoy esas instituciones son víctimas de quien es su principal favorecido, pues gracias a ellas llegó al poder luego de tres intentos.

De modo entonces que por lo menos tres o cuatro generaciones de mexicanos estamos acostumbrados a vivir en la crisis. Pensaba por ello que estamos curados de espanto. Sin embargo, llega desde China este bicho, bautizado Covid-19, y nos enfrenta a situaciones que ni en la más horrenda película de terror nos imaginamos ver. Nuestro entorno, nuestros planes, nuestras vidas todas dieron un vuelco. Hoy vivimos a corto plazo, un día a la vez. Solo espero que tengamos fuerza y valor para superar el problema y vivamos para contarlo. En crisis estamos posgraduados. Dios nos ayude.

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