La muerte de Iturbide, inundada
El poder de la pluma
Cuando uno se pone a rascar sobre la piel de la historia se encuentra detalles que, si bien no cambiarían el meollo del relato de no ser incluidos, sí contribuyen a ampliar los horizontes y discernir mejor sobre los hechos narrados y hasta les ponen un poco de sabor. Por ejemplo, en la Historia en cápsulas del 19 de julio pasado se recordó el fusilamiento de Agustín de Iturbide ese día, pero de 1824, cuando regresó a México a ofrecer sus servicios a la patria que pensaba sería invadida por potencias europeas a las cuales debía fuertes sumas.
El comentario de juristas sobre el decreto de la Cámara de Diputados que ordenaba el fusilamiento del depuesto emperador apenas pusiera un pie en México es que se trata de una “aberración legal” que niega los postulados constitucionales de libertad de tránsito y que establece como delito la sola entrada de Iturbide a suelo mexicano. A don Agustín no se le acusaba de nada, sólo se ordenaba pasarlo por las armas en volviendo a México. Y finalmente, así se hizo, previo un “juicio” sumario en el Congreso de Tamaulipas.
No obstante éste no es el tema central de este escrito. Lo que queremos consignar es la curiosa historia del sitio donde se cumplió la orden de fusilar a Iturbide: el pueblo de Padilla, un antiguo enclave colonial que hoy está bajo el agua de la presa Vicente Guerrero en Tamaulipas, ya que en 1971, tras la construcción de ese vaso colector para contener las crecidas de los ríos Purificación y Corona y desalojar a sus habitantes, fue cubierto por el agua, como hasta hoy está.
La ciudad fue fundada el 6 de enero de 1749 por José Escandón como Villa de San Antonio y en honor de doña María Padilla, esposa del virrey Conde de Revillagigedo, quien fue benefactora de la región.
Del 5 de julio de 1824 a fines de enero de 1825, Padilla fue capital del Estado, habiéndose instalado en ella el primer Congreso Constituyente estatal en julio de 1824. Apenas pocos días después de la instalación del cuerpo legislativo, fue llevado allí y sometido a juicio el señor Iturbide, condenado al paredón sin escuchar sus alegatos.
Iturbide fue llevado a Padilla por el jefe militar del puerto de Soto la Marina –donde desembarcó procedente de Europa-, general Felipe de la Garza, quien, según se dice, en el trayecto no lo trató como prisionero e inclusive le reconoció su grado de generalísimo y le dio el mando de la tropa que lo acompañaba.
Hoy del pueblo sólo sobresalen, cuando baja el agua de la presa, parte de algunos de sus edificios más altos.
El monumento que señala el sitio del fusilamiento de Agustín de Iturbide, primero de los dos emperadores que ha tenido México (el segundo es Maximiliano) yace en el fondo del vaso de captación.