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La endogamia es una forma de vida social que a la larga produce daños. La endogamia política –hoy en boga en muchos países de este lado y del otro del mar- es igual o más dañina porque hace a los países encerrarse, enconcharse. Uno de quienes con más ahínco han postulado la endogamia política es Steve Bannon, el arquitecto de la doctrina “Estados Unidos primero” y principal estratego del derrotado presidente Donald Trump, quien, sin embargo, lo corrió en 2017, aunque no a sus ideas soberanistas.

Trump y su exasesor Bannon –hoy alejados uno del otro, pero afines ideológicamente-, son las cabezas más visibles de un proyecto político al que se le ha denominado la Internacional Populista, cuyos postulados básicos son: más soberanía a las naciones, más control fronterizo, más límites a la migración y máximo combate al islamismo radical (1). Los analistas lo consideran de ultraderecha y prosionista y tiene su mayor expresión hasta hoy en Europa, donde se adjudica como su mayor éxito el Brexit mediante el cual Inglaterra decidió abandonar la Unión Europea.

Aun cuando no están articulados y estructurados, los que abanderan este populismo de derecha y que tienen su punto de partida en un modesto Movimiento (así se llama) que fundó el abogado belga Mischael Modrikamen, en enero de 2017, sueñan con alcanzar logros similares por su proyección a los obtenidos por la Unión Europea.

Todo lo dicho hasta aquí no tiene otro propósito más que el de intentar una explicación a lo que ocurre en Latinoamérica, especialmente en Brasil, Venezuela y México, países donde se han instalado en el poder populismos aparentemente de signos contrarios (uno de derecha, con Bolssonaro, y otros de izquierda con Maduro y López Obrador), pero en realidad instalados en el mismo espectro ideológico del nacionalismo rampante y la endogamia.

Si uno mira con algo de detenimiento lo que ocurre en las naciones populistas, se va a dar cuenta de que sus enemigos son el multilateralismo y la economía global (Trump sacando a Estados Unidos de organismos que se ocupan del cambio climático por ejemplo y AMLO renegando del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y Davós y negándose a poner un pie fuera de México, excepto cuando fue a Estados Unidos para apoyar a su amigo Donald en su campaña).

Decir que Venezuela y México tienen gobiernos de izquierda es una muy grande simplificación de lo que este término significa. Regalar los bienes propiedad del Estado al “pueblo bueno” (una entelequia que para AMLO significa sus bases de votantes), desbaratar a las instituciones que sustentan la estructura nacional y dilapidar miles de millones de dólares en proyectos como Dos Bocas, el Tren Maya y el nuevo aeropuerto no es más que signo de un pensamiento reaccionario.

1) Marco Appel. Revista Proceso, número 2212, 24 de marzo de 2019.

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