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Los acontecimientos en Washington –insólitos e impensables en una nación que se precia de ser ejemplo de democracia política en el mundo- mantuvieron a la humanidad entera expectante y sorprendida, y no es para menos. Estados Unidos ha tenido, hasta donde la historia moderna alcanza a vislumbrar, un casi siempre educado, y en ocasiones hasta terso y amable, cambio de estafeta, inclusive cuando se da entre republicanos y demócratas.

Por ello es que causó tanta expectación la violenta toma del Capitolio –sede de una “institución fundamental de la democracia estadounidense”, como lo definió el fiscal general en funciones, Jefrey Rosen-, por seguidores del presidente saliente Donald Trump, a quien todo el mundo condenó por haber auspiciado las manifestaciones violentas y hasta las redes sociales –el nuevo poder transnacional- castigaron con su expulsión por incitar a la violencia.

No obstante, en una reacción que habla de una democracia madura, los más importantes personajes –republicanos y demócratas-, inclusive miembros del propio gabinete trumpiano, como el secretario de Estado, Mike Pompeo, condenaron los disturbios.

Uno de los que con más dureza censuraron la acción fue el expresidente republicano George W. Bush, quien dijo que así es como se resuelven las elecciones en una “república bananera”, evocando el término acuñado por el escritor O. Henry en 1904, en el cuento El Almirante, para referirse a Honduras y que en general lo aplican los estadounidenses a las fallidas democracias latinoamericanas.

El partido republicano, que llevó al poder a Trump, mediante un comunicado, declaró: “Estas escenas violentas que hemos presenciado no representan actos de patriotismo, sino que son un ataque contra nuestro país y los principios que lo fundan”.

Los expresidentes Bill Clinton y Barack Obama, quien cedió el poder a Trump hace cuatro años sin ningún reparo, se sumaron a la generalizada condena.

La policía, en una acción rápida y eficaz, logró en sólo horas desalojar a los insurrectos y permitir que el Congreso reanudara su sesión para declarar al demócrata Joe Biden presidente electo en el último tramo del complicado proceso. Así, las instituciones de la vecina nación dieron muestra de su eficacia y su robustez y reencauzaron un proceso político que el peor presidente que ha tenido esa nación en muchos decenios se encargó de torpedear desde su aplastante derrota. No obstante, el daño está hecho.

Mirando lo ocurrido en el vecino país, no puede uno menos que sentir desasosiego ante lo que pudiera suceder en la “nación bananera” en que está convirtiendo el presidente López Obrador a México, donde ni de lejos hay la madurez política y los órganos suficientemente fuertes para defender nuestra tambaleante democracia.

Y creo que el temor está más que justificado porque cada día el presidente que llegó al poder gracias a las instituciones que ahora son blanco de sus invectivas nos da muestras de sus semejanzas con el populista vecino del norte que en buena hora ya se va. Envidia a nuestros vecinos. Miedo por México.

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