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Ya sé que algunos van a decir que de chairo estoy transitando a amlover y me estoy alineando a la carreta de la Cuarta Transformación, sobre todo por lo que voy a decir, pero pues uno se mete al periodismo a dar su punto de vista y poner sus pensamientos al aire y al libre escrutinio. No se trata de dar bandazos, ni, al estilo de la Chimoltrufia, afirmar que “así como digo una cosa digo otra”.

Tampoco tengo que justificarme. Lo que me parece ver es lo que plasmo en el libre ejercicio de mi derecho a errar:
El hecho es que en estos primeros días del mandato de López Obrador, ya instalado en un rincón del Palacio Nacional donde tiene su humilde morada, ha dado algunos palos certeros y necesarios a la alta burocracia instalada en puestos de privilegio y con salarios y prestaciones que “no los tiene ni Obama (ahora Trump”).

Y no es que uno quiera que pasen hambres y privaciones –como la pasamos la mayoría de los mexicanos-, pero tampoco que se den lujos extravagantes a nuestras costas.

Ejemplo: lo que sucede en la Suprema Corte, donde, a más de sus ingresos ya desproporcionados que, según AMLO, superan los 600 mil pesos mensuales, los ministros tienen en su comedor privado vinos de importación, cortes finos y otras delicias culinarias; disponen de choferes, guardaespaldas, sirvientes y pago de atenciones médicas y doradas vacaciones para ellos y sus familias, todo con cargo a nuestros bolsillos.

Eso ya no puede seguir, aunque tampoco se trata de castigarlos. Su trabajo es muy delicado (los ministros son guardianes de la constitucionalidad y garantes de la impartición de justicia) y deben tener un ingreso condigno.

Lo mismo se puede decir del INE, el Banxico y otros órganos del Estado, como los altos mandos de las fuerzas armadas, que requieren personal especializado y con altos estudios. En ciertos casos el tope salarial que significan los ingresos del presidente no está justificado.

También aplaudo de pie y con las dos manos su decisión valiente de no crear barreras entre él y sus gobernados. Su presencia en las salas de espera en los aeropuertos habla bien de alguien que quiere poner sus oídos cerca de la gente y atender sus demandas.

Es algo que en mis 46 años de reportero no había visto en un presidente; al contrario, a algunos nos tocó sufrir los golpes a manos del hoy extinto Estado Mayor Presidencial que era un valladar infranqueable entre el mandatario y el pueblo. Parece que con López la presidencia imperial de la que hablaba Krauze es cosa del pasado.

Dicen que sus hijos son juniors (ninis) que se dan buena vida, que su esposa, quien no quiere ser llamada primera dama (término inexistente en la legislación mexicana) tiene un juguete caro y hecho a modo en el Instituto de la Memoria y que algunos de sus cercanos gozan de privilegios.

Esos son “negativos” que tiene que dilucidar. Por de pronto, ha dado buenos pasos. Hay que desear que, por el bien de México, tenga éxito.

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