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Tendría que estar loco (y, hasta donde sé, no lo estoy) para no sentir pena por las familias de quienes perdieron a vida o sufrieron lesiones en la explosión del ducto en Tlahuelilpan.

Es una desgracia, sin duda. Pero media un abismo entre eso y decir que son gente pobre que no tiene medios de subsistencia y por eso se ve obligada a robar para mover nuestras fibras sensibles.

Quienes se apoderan de bienes ajenos para su provecho o para lucrar con ellos se llaman ladrones, sean pobres o ricos, “de arriba”, de en medio o del lumpen. Las cosas por sus nombres.

Me parece inadecuado –y lo considero grave- que nuestras autoridades, del presidente para abajo, pretendan generar un sentimiento de lástima por esas personas.

Creo que no hay tal, son gente que, como admiten los mismos vecinos de la comunidad, está habituada a apoderarse de la gasolina desde las perforaciones que los huachicoleros realizan en los ductos.

El robo de combustibles sitúa a Hidalgo en el segundo sitio donde más agujeros se le hacen a los tubos, con más de 1,200 en 2018, sólo debajo de Puebla.

Ahí, por tanto, hay un grave problema de robo a la nación. De encima, los 25 soldados que acudieron al sitio para tratar de resguardarlo tuvieron que replegarse porque (seguramente eso habrán pensado) si usaban sus armas el lío en que se iban a meter, si es que salían con vida ante los 800 saqueadores que acudieron al sitio (preparados ya con contenedores) para llevarse la gasolina.

No hay ni para donde hacerse: Ejército y Marina carecen de recursos legales que garanticen el uso de la fuerza (para lo cual fueron creados, si no, ¿para qué?).

Si les dan armas es para que las usen, no de adorno para los desfiles. ¿O sí?

Mientras sigamos con eso de pueblo bueno, gente pobre que no tiene educación, son los que menos roban, los verdaderamente grandes ladrones están arriba, cuando lean la cartilla moral se van a volver ciudadanos ejemplares, etc., las cosas no van a mejorar.

Estoy de acuerdo en que la inmensa mayoría de los mexicanos somos personas decentes (en distintos grados, pero esencialmente decentes) y precisamente por eso no merecemos lo que está ocurriendo en el país a manos de ladrones y narcotraficantes.

Ese no es México, es un forúnculo en la epidermis nacional y hay que extirparlo, como hace un cirujano ante un cáncer: no pregunta al paciente si quiere que se lo corten, lo secciona y cura la herida (violencia calculada) porque para eso está y para eso se le paga.

Finalmente, creo que, como casi todos, queremos que a México le vaya bien, que todos seamos felices, cultos y honrados, pero no es con prédicas como se logra.

Mientras nos educan y nos crean conciencia, hay medios de apremio que es urgente usar porque, si no, cuando nos hagan ejemplares seres humanos ya no existirá este país. Estamos con AMLO en los postulados, pero no en los métodos, “me canso ganso”.

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