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En medio de los graves problemas que ya ha generado la pandemia de Covid-19, llega a la Península de Yucatán desde el remoto desierto del Sahara un polvo que –como ocurre desde hace siglos y hasta tres veces cada año- cubre con un manto gris, en su recorrido cabalgando hacia el oeste sobre los vientos alisios, vastas regiones que van desde Brasil (a veces) hasta la costa este de los Estados Unidos. Estos días, sin embargo, quizá por la hipersensible situación emocional de los yucatecos, la presencia de la arena del desierto africano ha causado especial expectación, abanicada por irresponsables que asumen aires de expertos y advierten de catastróficas consecuencias.

No obstante, los testarudos hechos se encargan una vez más de desmentir a esos agoreros de desastres que lo único que ganan con sus estridentes profecías es que más personas les den me gusta a sus publicaciones o vean sus videos (lo cual se traduce en ganancias finalmente), a costa de la tranquilidad que debe prevalecer para salir más pronto y más bien de esta catástrofe que (ésta sí) es la pandemia. La nube ya está de salida de la región y no ha pasado nada grave, al menos en lo que toca a la salud.

Es cierto que las partículas suspendidas causan algunos perjuicios a personas vulnerables: asmáticos y afectados por EPOC, sobre todo, y al medio ambiente, porque la carga de virus, bacterias, ácaros y hongos que traen pueden dañar los arrecifes y afectar especies animales, pero no al grado de causar su extinción (más daño les causamos los hombres con nuestra imprevisión y descuido). Nada, sin embargo, como el meteorito de Chicxulub.

La nube, y esto no se dice mucho porque no causa sensación de peligro, trae también nutrientes que, sobre todo en zonas como las selvas tropicales donde las torrenciales lluvias lavan la capa de humus, ayudan a regenerar las tierras deslavadas. También contribuyen a disminuir las condiciones favorables para la formación de ciclones tropicales y eso, para nosotros, es de vital importancia, más en esta época en que los augurios de los expertos hablan de una temporada alta de esos meteoros. Este año en especial será determinante esa posible disminución porque gracias a la tormenta tropical Cristóbal el manto acuífero está sobrecargado y no necesitamos mucho el agua que en abundancia traen los ciclones, menos si, como pronostican los meteorólogos, está será una buena temporada de lluvias.

Y si alguien dice que no soy meteorólogo –como me señalaron en un muro de Facebook por indicarle a un “experto” que no era necesario exagerar- le respondería que tiene razón, pero sí, como reportero, no me gusta quedarme con dudas y por eso investigo. Los que damos información tenemos una responsabilidad muy grande ante quienes nos ven o nos oyen y no podemos usarlos para fines poco claros, por no poner el nombre que merece esa actitud sensacionalista.

Y un consejo: no se deje impresionar por títulos rimbombantes. Hay profesionales serios y páginas de sobra en internet, como la de la Facultad de Química, para tener un criterio más informado.

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