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Tan elocuentes son el día y la noche que nos regalan, a través de su constancia, el punto exacto de partida en el lienzo llamado vida. Ambos son sinónimo de luz y oscuridad, pero, sobre todo, de inicio y término. Entonces, todo aquello que vive tiene dos opciones, morir al transcurrir el tiempo o renacer con plenitud cada día.

No sabemos lo que el mañana pueda brindarnos, pero sí podemos suponer que traerá un cúmulo de aprendizajes que construyen ladrillos sobre los cuales pisar firme si es necesario con el único fin para no continuar cayendo. Sin embargo, se suele decir que lo importante no son las veces que miramos el suelo sino las ocasiones en las que nos pudimos levantar una y otra vez aún en contra de la buena voluntad y a espaldas de un mundo en el que lo mundano sale a flote, pero en contraste, la pureza de un alma que se entrega es capaz de cambiar la circunstancia más pequeña.

Existen momentos por los que todo ser humano ha transitado; aquellos donde el mundo hace una pausa, el tiempo avanza a vuelta de eternidad y el cuerpo incluso puede sentir el desprendimiento del espíritu; muchos le llaman abismo, nosotros le nombraremos renacer. Resurgimos entonces con cada sacudida, con cada tropiezo y momento, pero al final todo es parte de un proceso, pues la vida va caminando como fichas de dominó colocadas en fila; el movimiento de una produce involuntariamente el desplazamiento de las demás. Esta es la óptica, la verdadera forma de percibir el destino, quien, sin duda, suma lo que nos permite ser más grandes y resta lo que nos convierte en pequeños.

Cada instante transforma el futuro, es por ello que las decisiones tomadas impactan sin duda en el mañana, por tanto, no es cuestión de realizar sino de elegir el ganar o perder. En conclusión, grita donde tu voz posea eco, brilla aún en el rincón más oscuro y agita de forma positiva en el lugar donde reine la quietud, pero, si al final de todo, el presente no te recibe con un abrazo, siéntete en paz con lo que eres, fuiste y serás, porque las grandes personas son aquellas que nos brindan lo mejor de ellas a mares, porque sí, porque el don de existir es tan grande que resulta imposible contenerlo.

En el reloj de arena de cada jornada tenemos veinticuatro horas para un nuevo trayecto y muchos granos de arena para seguirlo construyendo; de cada uno depende edificar con firmeza y ejemplo o definitivamente permitir que todo se derrumbe. Las acciones son más fuertes de lo que expresamos y precisamente son las mismas las que nos definen, sólo se requiere dar un paso a la vez y saber no retornar a los lugares ciegos, porque somos inmensos, porque somos todo, pero al concluir, se debe de agradecer el hecho de que, a quienes poseen la gran voluntad y el corazón, el destino les permite comenzar desde cero, agregando en cada momento, como el grano de arena en el reloj, uno más.

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