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¿Qué tan poderosa resulta la mente? ¿Cuál es el resultado de su absoluta dominación? Una buena interrogante ante el bloqueo de uno mismo; ese término en el que somos capaces de sabotearnos sin control. ¿Planeado o desbordado del interior? Muchas pueden ser las suposiciones que surjan de lo que se quiere, pero se evita. Una respuesta sencilla: el miedo.

La contemplación de las posibilidades es importante, pues engloba caras adversas que permiten hacer frente a los temores; entre ellas, la voluntad, el deseo imperante de lograr lo que se anhela, de arriesgar dando todo de nosotros mismos, rompiendo las cadenas del pasado para construir nuevas bases que edifiquen el presente y que probablemente nos permitan alcanzar el futuro con el que tanto soñamos. Todo siempre de frente, con valentía y franqueza, abriendo la mente y permitiendo que se alimente el corazón, pues uno de los principales frenos del alma es el hecho de no haber intentado algo nunca, de no luchar.

Cada día es el conjunto de las decisiones tomadas en determinados instantes y esto equivale a lanzarse hacia el abismo sin saber en dónde caeremos, o tener la certeza de que lo haremos de pie. Sin embargo, esto es parte de la aventura y privilegio de estar vivos, de poseer la capacidad de abrirnos hacia las sorpresas y dejar descubrirnos, sin barreras ni escudos, pero naturales, sin escamas de apariencia, simplemente con nuestra esencia a flor de piel. Hagamos que todo se derrame sin medida, ni tiempo ni fecha; que emane y se escurra como los minutos se escapan de nuestras manos, como el aire impetuoso acaricia nuestras mejillas, como el mar que cosquillea fuerte y suave la arena.

Somos siempre e infinitamente lo que creemos, lo que nos atrevemos, grandes cuando queremos, cuando nos impulsan y nos brindan el aliento para seguir adelante. Entonces, debemos de escuchar con los latidos, el ritmo de los mismos, con su intensidad, pues ellos se transformarán en la luz que ilumine el camino. No existen instructivos ni guías que nos indiquen el cómo y mucho menos mapas que plasmen hacia dónde andar porque al final, todo se convierte en cuerpo, mente y alma que, al fusionarse con una esperanza, evoluciona en belleza suprema, la traducción de la felicidad.

Jamás, repetido en forma imperativa, de los labios debe brotar el término nunca, pues es lo que apaga el brillo del ser, porque el querer es poder, pero debe hacerse sin titubeos y mucho menos dudas. Proyectar un nuevo comienzo debe ser el objetivo y el avanzar es una obligación. Ante la incertidumbre, fortaleza, ante la ilusión, un sueño eterno, pero ante todo y hasta lo último, el pequeño grado de inocencia que escala hasta lo más puro de la persona. Las historias de vida se hicieron para escribirlas una y otra vez, con correcciones, borrones y nuevas líneas; con colores diversos, exclamaciones y preguntas. Algunas se narran despacio y otras tantas muy a prisa, con alegría o tristeza, pero nunca ha de ser con una pluma que diga nunca

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