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Cada ser humano se encuentra compuesto por pequeñas partes que simulan piezas de rompecabezas que se mueven constantemente para tratar de encajar y formar un todo. Algunas de ellas son tan claras que podemos tomarlas rápidamente y colocarlas en su lugar, pues no hay margen de error para que no embonen. Otras tantas son más complejas, sin embargo, sólo es cuestión de ser atentos para encontrar el lugar exacto con paciencia y perseverancia para continuar formando el paisaje. También existirán aquellas que dábamos por perdidas o que simplemente habíamos omitido su existencia, pero que bien sabemos que tarde o temprano tendremos que utilizar, y es ahí cuando la sorpresa de su naturaleza llega a nosotros. Sin embargo, existen puntos que son capaces de debilitar o nublar esta construcción y que invariablemente nos llevan al hecho de no poder continuar con certeza y, por el contrario, opacan lo que hacemos y podemos llegar a ser.

Muchas son las virtudes en la vida, pero tienen un contrapeso en lo oscuro y este es fatal. Estas son las partes que no abonan y, por el contrario, se convierten en sombras que obstaculizan la inmensidad de uno mismo. De entre ellos se desprende el temible ego, que siendo tan pequeño cuando no se tiene nada, se transforma en un gigante imparable cuando se cree tenerlo todo. Este mismo cambia de forma absoluta nuestra percepción, haciendo que se nuble por completo y se perciba una realidad que no es, siendo la misma a nuestra conveniencia, para el cultivo de la egolatría. Lo triste radica en el hecho de que, a expensas de nuestra falsa seguridad, se cree que todo está a nuestro favor, que aquello que lleva nuestro tacto es perfecto, pero, la realidad nos supera una vez más, guardando en silencio y tras una máscara los conceptos que emanan de nuestro alrededor. Entonces, actuamos como si nada sucediera, como si los aplausos fueran reales cuando su falsedad es la que alimenta el orgullo.

Es importante no perder el lugar donde se pisa, no olvidar la mano amiga que ayuda a crecer, aquellos en quienes confiamos nuestras cargas más pesadas y todos los momentos en los que tuvimos que caer. Porque la humildad ha de ser el arma perfecta para guardar el egocentrismo, una llave maestra hacia un nuevo renacer, pues fallar no es el problema, sino seguir repitiendo una y otra vez el mismo error. Las palabras no definen, son las acciones las que dejan la huella de nuestro existir en los demás; aquellas que se convierten en granos de arena que construyen cimientos que inmortalizan nuestro camino. De cada persona depende cómo andar, qué paso imprimir y cómo quiere ser recordado, porque tenemos un motivo por el cual estar, algunos transformando vida de modo positivo, otros siendo tropiezos convenientes de olvidar. Al final, todo suma, pero lo bello del alma prevalece por siempre, sólo es cuestión de no caer en aquello que opaca y pinta con matices grises cada día; por el contrario, ser luz es prioridad, pues los corazones nobles flotan ante toda tempestad.

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