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Por más que se intente disimular que todo está bajo control, hay nerviosismo en distintos sectores por la cantidad de flancos abiertos que el presidente acumula día tras día. No salimos de un escándalo cuando ya estamos entrando en otro, dicen y con justificada razón muchos mexicanos sorprendidos.

Lo que para algunos es una perfecta estrategia de administración del conflicto, para otros es el máximo ejemplo del fracaso en el control de daños. Apagar un incendio con otro es la receta de la casa, una que funcionó cuando Andrés Manuel fue jefe de Gobierno en el entonces Distrito Federal, pero que hoy parece traer más desgaste personal que el que se había medido.

Las mañaneras son la nueva caja china. Operadas desde Palacio Nacional, con el micrófono más potente de la cuarta transformación y con la agenda que al presidente se le ocurra, se han convertido en el aparato de entretenimiento y distracción política por excelencia.

Arremeter contra los adversarios, destapar casos de corrupción a modo o ventilar a los críticos de su gobierno ya se volvió deporte olímpico. Lo mismo pelearse con los reacios reporteros que dejaron de ser parte del pueblo bueno y ahora representan intereses oscuros que buscan desestabilizar su proyecto.

Cualquiera puede ser la trama de esta película que se reedita cada 24 horas. Los actores se eligen a conveniencia del productor, se agrega una dosis de realismo mágico musical y se obtiene una nueva entrega para dar de comer por igual a críticos, fans, fieles seguidores, conversos y decepcionados.

La mañanera gusta de un escenario aderezado con transmisiones en vivo y reflectores prime time. Es el rey de todos los programas matutinos y su impacto alcanza para miles de notas que hablan de todo y nada. La distracción es la regla y se basa en una sobrecarga de información. Lo importante es seguir hablando y brincando entre las crisis que se van generando.

Tras la sombra del gigante sobreviven muchos. Hay un gabinete entero que se cobija en las canas de un hombre que quiere poner cascabeles al gato de Schrödinger y que, con el paso de los días, se asemeja más al tigre que tantas veces amenazó con soltar.

Ante este escenario, el presidente ha demostrado en múltiples ocasiones ser amo del capote. Ante toros bravos ha sabido salir airoso con un juego de muñecas aprendido con los años. Entre pase y pase, las estocadas parecen no haber dado en el blanco, pero con movimientos cada vez más imprudentes y arriesgados el pronóstico es reservado.

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