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Muchas preguntas traerá consigo el Año Nuevo, pues, después de tanto regalar, perdón, asignar dinero a programas netamente populistas, el gobierno federal tendrá que explicar cómo le hará con tanta obra anunciada mientras la inversión va en picada.

Todo es cuestión de narrativa, porque decir que vamos avanzando contrasta con los números que las calificadoras otorgan a México. No basta con mencionarlo una y otra vez en las mañaneras, pues la retórica no hace que las cosas se materialicen.

Las palabras del presidente han pasado a decorarse con un tono grisáceo, producto del desgaste que da decir que se hace mucho cuando en realidad no tanto. Es cierto que la popularidad del mandatario se mantiene en niveles altos, no así la de su gabinete.

El círculo cercano a López Obrador resultó hecho de cristal. No hace falta un ariete poderoso, pues su poca experiencia combinada con el helio de sus egos ha derivado en una explosiva fórmula.

Los escándalos brotan en todos lados porque, al parecer, el perdón no exculpa del todo a los corruptos conversos.

A la vuelta de página, la cuatroté resultó en decepción hasta para los más férreos defensores del proyecto alternativo de nación que publicitó, vendió y siempre encabezó Andrés Manuel López Obrador. Las “maromas” son cada vez más comunes ante la falta de argumentos.

Y es que con la actual administración se ha llegado a niveles inimaginables de un “sospechosismo” que gusta de la excusa y la evasión. A más de un año de gobierno, los fantasmas del pasado siguen siendo culpables de lo que pasa en el país.

¿Para cuánto tiempo alcanzarán las excusas? No hace falta recordar que la soberbia es mala compañera, pues nubla la visión hasta del hombre más sensato, aunque presuma autocontrol moral. El ego también va de la mano y conduce al abismo, tarde o temprano.

Hay mucho candidato, hay mucho templetero. Pero a México le hace falta presidente, por lo menos uno de responsabilidades y que enfrente el honroso papel que desempeña. Ser presidente es algo más que dirigirte a diario a la nación, es demostrar que se es hombre de Estado y no un juglar de buenas nuevas.

ENTRE TELONES. La senadora Lilly Téllez y la diputada Soledad Luévano aventaron dos buscapiés para medir los ánimos. El aborto y la separación Estado-Iglesia son terrenos en los que Morena prefiera guantes de seda.

¿A poco creyeron que de verdad eran balas al aire?

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