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La última generación de gobernadores jóvenes, encumbrados bajo el sello del Revolucionario Institucional, resultó ser una decepción y una vergüenza por los escándalos de corrupción que la mayoría protagonizó.

No fueron pocos los casos que borraron de la noche a la mañana la idea de ese nuevo PRI que traería cambio y progreso al país. A la vuelta de la página sólo quedaron expedientes de desfalco y políticos en la cárcel.

México vivió con ellos un huracán de delitos contra la hacienda pública, que llevó tras las rejas primero a Javier Duarte (Veracruz), luego a Roberto Borge (Quintana Roo) y recientemente a la aprehensión en Estados Unidos de César Duarte (Chihuahua).

En esta historia hay más hilos de lo que aún se pueden ver. La inminente extradición de Emilio Lozaya a México será la punta de lanza de un desfile de nombres y acusaciones.

No olvidemos también que el sabueso de la Unidad de Inteligencia Financiera tiene las baterías puestas tras los pasos de Romero Deschamps, otrora líder del sindicato petrolero que, si algo debe, todo parece indicar que será la 4T la que se lo cobre.

En todo esto, parece que todos los caminos llevan hacia los dos grandes del sexenio pasado, al presidente Enrique Peña Nieto y quien fuera su amigo y brazo derecho, Luis Videgaray.

Es cuestión de tiempo para saber el nivel de implicación que ellos tuvieron en los escándalos cada vez más conocidos.

El fantasma de Odebrecht rondó siempre a la administración de Peña Nieto y fue inusual que, mientras en otros países de América Latina, caían a cuentagotas los políticos que hicieron negocios turbios con el consorcio brasileño en México no pasaba nada.

Hoy el PRI carga una losa que lo pone como impresentable ante el electorado. Sin cara para hacer campaña, las próximas serán las elecciones más desangeladas para el dinosaurio. No sería casual que, en 2021 un alianza inyectara oxígeno al coloso que agoniza.

Y mientras tanto la telenovela de los dineros que pasaron por muchas manos apenas comienza. No habrá tregua entre los que alguna vez fueron amigos y compañeros de bando.

Las traiciones serán salvación para algunos, y el descrédito una sombra negra sobre una administración para el olvido, esa que, de no haber sido tan propensa a la corrupción y el desfalco, hoy gobernaría alguien más pero no durmiendo en Palacio Nacional.

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