Comadronas diplomadas, un episodio olvidado
El poder de la pluma
A partir de 1888 como parte de un plan que buscaba modificar las prácticas de la ginecobstetricia en Yucatán, la Escuela de Cirugía Práctica y Medicina (hoy Facultad de Medicina de la UADY) incluyó en su programa de enseñanza la cátedra de obstetricia para aquellas mujeres que quisieran obtener el título de comadrona. Aunque, en realidad, desde su fundación en 1833 la Escuela había impartido cursos para parteras, más con el propósito de controlar el ejercicio de la partería que de promover una autentica formación profesional. Las cátedras se dejaron de impartir en la primera década del siglo XX.
En 1834, para tener derecho a estas cátedras, las aspirantes solo requerían saber leer y escribir, haber asistido a un curso de partos y presentarse a un examen. En 1845, desde la Ciudad de México, se decretó que las parteras podrían conseguir su título presentándose a un examen en las escuelas de medicina aun sin haber llevado cursos. Era requisito ser mayor de edad y aprobar un sencillo examen de aritmética. En 1858 en la capital varias mujeres pidieron dispensa de edad y del examen de aritmética.
En Yucatán fue hasta 1890 que se graduó la primera, doña Felipa Valencia de Palomo, con la tesis “Breve estudio sobre el aborto”, aunque en aquel tiempo el reglamento había cambiado: el título era de “comadrona”, se exigían tres años de estudios de anatomía y fisiología de la pelvis y de los órganos reproductores de la mujer, un tratado teórico-práctico del arte de partear y una tesis escrita.
Un médico de la época describe a doña Felipa como “una mujer culta y de presencia agradable, de tez blanca, pelo ondulado, ojos azules y mirada bondadosa; siempre pulcramente vestida. Cuando entraba a casa de la parturienta daba la impresión de que acababa de bañarse. De acuerdo con la costumbre, completaba su atuendo con un mantón negro, de encaje de seda y largos flecos. Su trabajo era apreciado y su clientela numerosa…”.
El médico indica que en esa época se acostumbraba atender los nacimientos a domicilio. La gente pobre ocupaba para esos menesteres a parteras improvisadas –las tradicionales– más o menos hábiles para recibir a la criatura y cortar el cordón umbilical y todo iba bien si el parto era normal… y así abundaban los desgarros del periné y fiebres puerperales.
El estatus de las parteras en Yucatán fue ambiguo; con título o sin él eran mujeres poderosas y respetadas en sus comunidades. Aunque poseían un saber especializado y necesario, la sociedad médica las tenía en baja estima. Su gran aceptación popular, basada en su experiencia, representaba un desafío a la institución y una competencia para los médicos. Hacia 1933 en Mérida solo había 20 comadronas tituladas, la inmensa mayoría eran parteras tradicionales de origen maya. En realidad, la comadrona profesional entrenada por médicos nunca pudo desplazar a la partera tradicional sin apoyo ni reconocimiento del Estado.
El oficio de comadrona diplomada comienza a desaparecer en Yucatán en la década de los cincuenta cuando se sustituye la carrera de comadrona por la de enfermera y se congelan las plazas para ellas.