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Entre los antiguos mayas, como en otros grupos mesoamericanos, los animales constituían el principal vínculo entre la naturaleza y el ser humano. Eran los seres naturales más cercanos a él tanto en sus formas como en sus comportamientos biológicos. Las deidades tenían relaciones con ellos, algunas por su propio nombre: Kukulkán o “Serpiente Emplumada”, Camazodz, murciélago muerte, y otras más por su nombre asociado al calendario. La iconografía del área maya está llena de figuras de animales que aparecen solos (jaguar, serpiente, mono, venado, tortuga) o con algunos de sus elementos: garras, cabeza u orejas, pieles, plumas, carapacho, etc.

La zarigüeya, tlacuache u ooch aparece en figuras de cerámica, vasijas, estelas, códices. Una urna hallada en la región de Campeche (Período Clásico. Año 200-909 d.C.) lo representa con taparrabo, el hocico pronunciado, orejas triangulares que acaban con una voluta, un marco elíptico alargado alrededor del ojo y el vientre ligeramente inflado con el marsupio al centro. En el Códice Dresde hay una escena de tlacuaches actores (Ixtol ooch) ataviados con caracoles, joyas, bonetes, abanicos y glifos de cenote en las ceremonias de año nuevo de los mayas del norte. Encarnaciones de los dioses Bacab que, además de sostenedores del cielo, significaban “actor, comediante” o “representante”.

En el Popol Vuh, Hunahpú Vuch, “Cazador zarigüeya”, deidad femenina del amanecer, y Hunahpú Utiú, “Cazador coyote”, dios masculino de la noche, son creadores de la humanidad. Diego de Landa en Relación de las Cosas de Yucatán las describe como “perrillos pequeños; la cabeza de hechura de puerco y larga cola, y de color ahumado y a maravilla torpes; tanto que los toman muchas veces por la cola. Son muy golosos y andan de noche en las casas y no se les escapa gallina en poco a poco. Paren las hembras catorce y dieciocho hijuelos como comadrejuelas y sin ningún abrigo de pelo y a maravilla torpecillos”.

El Calepino de Motul, atribuido a Fray Antonio de Ciudad Real, quien vivió en Yucatán entre 1573 y 1617, define ooch como “unos zorrillos que matan y comen las gallinas, y se hacen mortecinos cuando los hieren; cuyas hembras recogen sus hijos en una como bolsa que tienen en la barriga, dentro de la cual tienen las tetas, y en sus pezones se han hallado sus hijuelos fuertemente asidos del tamaño de lentejas, y así se entiende que allí se engendran, y se dice que se toman como las aves”.

El tlacuache está también muy presente en el imaginario de los pueblos mayas a través de relatos míticos, donde juega diversos papeles por algunas características peculiares: muy hábil para robar, astuto, depredador, prolífico y resistente. Entre los variados mitos, de los que es protagonista el tlacuache, destaca el del “Robo del fuego”. Una versión indica que el fuego lo robó haciendo arder su cola para podérselo llevar, por ello le queda para siempre pelada y chamuscada.

La aversión, el miedo, la caza y maltrato de la zarigüeya inició en el periodo colonial con la crianza de aves de corral, donde el “zorro” encontró una fuente de alimento.

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