Brevísimas ficciones

“Yo soy toda una dama”, dijo muy segura la muchacha. “El problema es que ya no hay caballeros hoy día, los hombres no saben cómo tratarnos”.

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Galantería

“Yo soy toda una dama”, dijo muy segura la muchacha. “El problema es que ya no hay caballeros hoy día, los hombres no saben cómo tratarnos”.

“¡Faltaba más!”, exclamó un mancebo: “Si caballeros le hacen falta, le ofrezco mi mano, hermosa doncella...”, dijo al tiempo que se inclinaba y besaba, lisonjero, el guante de aquella.

“¡Oh, qué galante!”, correspondió atenta. “Todavía hay esperanza en el mundo, usted es de los pocos que quedan”.

En estas vanas consideraciones se encontraban, mientras el caballero con el pecho inflamado se deshacía en arabescos y reverencias sin percatarse de que debajo de las enaguas de la dama se escabullía a tientas el jardinero, que no era menos caballo, por ser caballero.

Programación

Todos le decían que era un insensible, que no tenía sentimientos, que cuando se trataba de emociones era como una roca. Por más que se esforzaba, no conseguía reaccionar de la forma que las personas esperaban de él.

En esto iba pensando mientras caminaba, pues se sentía un incomprendido, un paria social, pero no podía hacer nada al respecto.

Había intentado encajar, mimetizarse, mas nada parecía funcionar ante los demás. Y es que -concluía con resignación- no todos los androides somos programados de la misma manera.

El inmortal

Año tras año, miraba el rostro de mi amada languidecer y marchitarse. Cada nueva arruga, cada peca o mancha solar, los sutiles surcos enmarcando sus labios haciéndose más profundos cada día, la fragilidad de sus ojos cuyo brillo era fugaz y raro, su palidez mórbida envolviendo como una gasa su delgado cuerpo...

Todo lo anterior había suplantado lo que alguna vez fue. Y yo, inmortal, sabía la terrible verdad: nada dura. La belleza no es eterna.
Por eso la persigo en un fatuo esfuerzo por asir lo inasible, por tocar lo que debe ser prístino e inmaculado.

¿Quién no ama una causa perdida?

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