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Dos recursos serán cada vez más estratégicos para toda la humanidad de cara a los desafíos que plantea lo que resta del siglo XXI: agua y energía.

Ambos forman un binomio de alta importancia y muy estrecha relación: los sistemas tradicionales y más utilizados para generación de energía eléctrica, plantas termoeléctricas e hidroeléctricas, consumen grandes cantidades de agua. La Unesco calcula que el 75% de todas las extracciones de agua industrial se utilizan para la producción de energía. Y a su vez, los sistemas de potabilización y saneamiento de agua consumen una barbaridad de energía.

Adicionalmente, el agua se enfrenta a enormes desafíos sociales, ambientales y de salud pública. Hoy, en todo el planeta, 2,100 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable, y 4,500 millones carecen de acceso a servicios de saneamiento, gestionados de forma segura. Un 80% de todas las aguas residuales retornan al ecosistema sin haber recibido tratamiento alguno, o sin haber sido reutilizadas.

Por lo tanto, la infraestructura relacionada con el agua y la energía precisa que se resuelvan exitosamente los proyectos más allá de las fases de diseño y ejecución de las obras, y se vuelve crucial extender la visión a toda la vida útil de los mismos. Con esta amplitud de miras, uno de los mayores retos que tienen que vencerse se encuentra en el fondeo de los proyectos y el impacto que esto tiene en la tarifa que paga el usuario final.

Los modelos P3 (public-private partnership) han demostrado en todo el mundo que pueden contribuir de manera balanceada a proveer los fondos que requiere esta infraestructura, mientras se consiguen las metas de inversión socialmente consciente que se han trazado. Lamentablemente en México, muchos proyectos de asociación público-privada han resultado fallidos y contaminados por altos niveles de corrupción, lo que les ha generado una muy mala reputación, y un amplio rechazo a seguir implementándolos. Esto se agrava aún más con el componente del arribo al poder de un gobierno populista, para quien hablar de privatización, ya sea total o parcial, resulta ser un tabú que no admite ni siquiera discutir el tema.

Los proyectos de agua y de energía son complejos, y por tanto, las soluciones tanto a nivel técnico como financiero tendrían que ser innovadoras y enfocadas a encontrar aquellas que trasladen un mayor valor al usuario final por la tarifa que se le cobra.

El ingrediente clave en la receta para encontrar esquemas exitosos se llama colaboración interdisciplinaria. Los mejores y más talentosos expertos en cada aspecto técnico y en ingeniería financiera tendrían que sentarse a la mesa para crear sinergias y abrir los espacios que permitan encontrar respuestas apropiadas para el desarrollo de sistemas que sean sostenibles, confiables, resilientes, accesibles y efectivas para preservar estos dos recursos estratégicos y vitales: agua y energía.

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