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Todos los mexicanos nos asombramos cada día que, ya sea en la conferencia de prensa matutina o durante alguna gira de trabajo el presidente anuncie una idea, un proyecto, la estrategia que se aplicará a determinado tema, el modo como se hará frente a un problema, o las acciones y políticas que se estarán implementando, y nos parece un grave error lo planteado, fruto de una más de sus ocurrencias que luego se implementa sin la debida planeación, y tropieza con la realidad.

Pero el principal y más grande error de quien dirige los destinos de este país no es un tren maya sin estudios de factibilidad ni proyecto ejecutivo, tampoco lo es haber cancelado la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco y hacerlo en Santa Lucía, ni siquiera obstinarse en construir una refinería en Dos Bocas, que probablemente, cuando esté terminada, su principal producto no sea demandado en el mercado. El más grande error del Lic. Andrés Manuel López Obrador es estar desperdiciando un recurso escaso, que le envidian todos los presidentes que le antecedieron y por el cual daría su alma cualquier presidente de cualquier otro país de este planeta. Me refiero a la confianza que ha depositado en su persona y su proyecto de gobierno una mayoría de votantes mexicanos, a quienes la clase política que había estado ejerciendo el poder en las últimas décadas había defraudado rotundamente.

La confianza es un activo productivo, no figura en los estados financieros de una organización, pero es sustento indispensable para que puedan alcanzarse resultados exitosos. En 2015, el entonces secretario de Hacienda, Lic. Luis Videgaray Caso, dijo: “Más allá de la aprobación de reformas económicas, el gobierno de Enrique Peña Nieto debe tener como prioridad la restauración de la confianza de la sociedad mexicana. Podemos realizar diez reformas energéticas, pero si no añadimos confianza, no podremos aprovechar todo el potencial de la economía mexicana”.

El presidente Peña enfrentaba un entorno completamente contrario al que hoy disfruta López Obrador, consiguió implementar reformas profundas, visionarias, amplias, pero jamás logró sostener la confianza que lo llevó al poder, que además, ni en su mejor momento alcanzó los niveles de los que hoy goza AMLO. Muchos dirán que no la merecía, y tienen razón, la corrupción es una grave enfermedad, que lo primero que destruye es la confianza.

Me gustaría ver a un presidente López Obrador utilizando con mayor eficacia ese enorme recurso que la nación le ha entregado casi a ciegas, valiéndose de esa confianza que le profesan los más débiles, los desamparados, los oprimidos, para aplicarla en la implementación de proyectos verdaderamente estratégicos y visionarios, que realmente propicien una cuarta transformación integral, holística y sistémica, que impulse el crecimiento, desarrollo y bienestar de todos los mexicanos. Puede y debe hacerlo, o será el desperdicio más grande de nuestra historia.

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