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Las colonias más tradicionales de muchas ciudades mexicanas conservan esa traza urbana que otorga un lugar preponderante al templo católico, que por lo general se sitúa al centro de la plaza o enfrente de ella. Así sucede en la colonia Itzimná, una de las primeras que aparecieron en la ciudad de Mérida después de que sus habitantes empezaron a dejar el centro para gozar de una vida más placentera.

Hace muchos años, recuerdo que a unos metros de la plaza que alberga la sobria y elegante iglesia de Itzimná había un taller de electricidad automotriz al que acudía cuando mi vehículo presentaba un problema de ese tipo. Una vez escuché que el amable propietario del establecimiento le dijera a un cliente cuyo automóvil había estado presentando numerosas fallas y se habían ya realizado múltiples intentos por repararlo: “Parece que ahora sí, por fin ya quedó arreglado, pero, si vuelve a fallar, te voy a pedir un gran favor: tráelo el domingo como a las 6:30 de la mañana, pero, en lugar de llegar hasta el taller, estaciónalo en el parque y déjalo ahí para que oiga la misa de siete a ver si con eso se arregla, porque yo ya intenté hasta lo imposible y no logro corregirlo”.

Creo que los mexicanos hemos perdido ya la cuenta de la gran cantidad de fallas que se cometen un día si y el otro también en la administración federal desde que asumió el poder el Lic. López Obrador hace un año y unos meses. No es mi deseo hacer un recuento de estos errores. Los medios, las redes sociales y las conversaciones cotidianas han dado cuenta, y en suficiencia, de todos ellos. Pero sí deseo destacar algo que observo: todas las críticas relacionadas con esas fallas lo que piden es una corrección, un arreglo, un reconocimiento del error y un golpe de timón para rectificar. En los comentarios, lo que se percibe es preocupación, y muy genuina por cierto, por experimentar una mejoría en los tristes indicadores de inseguridad, porque se resuelva el desabasto de medicinas que ya está colocando en grave riesgo la salud de muchos mexicanos, porque se envíen señales de certidumbre y confianza, que favorezcan la inversión productiva, para que haya crecimiento económico y de ahí se deriven el desarrollo y el bienestar de las personas. Nadie o muy pocos piden un cambio de timonel, la gran mayoría claman solo por hacer correcciones.

Pero en Palacio Nacional parece haber sordera, insensibilidad ante causas justas y peticiones de auxilio, nula humildad para hacer reparaciones, y a México se le está acabando ya hasta la esperanza. Por eso quizás no sería mala idea que la próxima vez que el primer mandatario visite Mérida, un cortés yucateco le sugiera que el domingo, poco antes de las 7, vaya y estacione su Jetta junto al parque. No sé, a lo mejor funciona.

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