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La humanidad tiene ante sí una disyuntiva existencial: o encuentra por fin el modo de alcanzar un genuino desarrollo sostenible o enfrentará la tragedia de su autodestrucción. ¿Es ésta una aseveración catastrofista? Seguramente muchos pensarán que se le puede calificar así, o quizás consideren erróneo darle ese enfoque, pero la pregunta importante debe ser ¿Es real?

Toda la evidencia científica de que se dispone hoy en día apunta a que no se trata de una falsa alarma, sino que las señales observadas representan una clara advertencia del destino al que nos estamos encaminando: un planeta carente de las condiciones mínimas para permitir la vida de la especie humana a mediano y largo plazo.

Existen muchas causas que nos ponen ante este dilema, y todas ellas deben ser atacadas simultáneamente si verdaderamente queremos detener esta amenaza. Pero hacer énfasis en las de mayor peso nos acercará con mayor rapidez al objetivo, y éste en particular es uno que se ha vuelto urgente.

La generación de energía eléctrica es responsable de dos terceras partes de las emisiones globales de gases de efecto invernadero que generan cambio climático, mientras que se ha convertido en un insumo indispensable para la producción de los bienes y servicios que todos demandamos. Adicionalmente, su demanda aumentará exponencialmente en el futuro inmediato por la migración masiva hacia la movilidad eléctrica, en la que algunos todavía no creen, pero que se sorprenderán cuando vean lo rápido que va a ocurrir.

Por otro lado, no sólo es contaminante, sino muy costoso seguir generando electricidad por los medios convencionales que queman combustibles fósiles, y cuando esta variable entra a una matriz de productividad, es capaz de golpear severamente a la competitividad y la eficiencia. Por este motivo, la energía tiene que ser considerada estratégica y encontrarse en el umbral más alto de prioridad, cuando se trata de la emisión de políticas públicas en cualquier país que aspire a crecer con orden, bienestar y prosperidad.

Entonces es elemental poner en marcha una transformación estructural de los sistemas energéticos como hoy los conocemos, incluyendo su gestión integral. Son urgentes acciones disruptivas y contundentes, que nos perfilen a transitar hacia sistemas de generación de electricidad a partir de fuentes limpias e inagotables, que además han rebasado ya el umbral de costos, que hasta hoy impedía su desarrollo amplio y generalizado.

El desarrollo tecnológico está avanzando, y lo seguirá haciendo, hacia sistemas más flexibles y resilientes, pero digitalizados e inteligentes, de gestión de energía, que involucren un alto porcentaje de energías renovables con modernos sistemas de almacenamiento y redes de transmisión y distribución más integrados y sólidos.

México no puede ni debe detenerse en enfrentamientos estériles, y mucho menos dejarse llevar por retrocesos ideológicos que sólo conducen a esquemas que sobradamente han demostrado ser un rotundo fracaso. El México que todos deseamos debe unirse en una gran alianza para la transición energética, el desarrollo sostenible y el combate al cambio climático.

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