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Las noticias en el sector energético global son sumamente alentadoras. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energías Renovables, del total de la nueva capacidad de generación de energía eléctrica al cierre de 2019, el 72% fue de centrales que generan a partir de fuentes renovables y limpias. Y de ese 72%, el 90% fue de granjas solares y eólicas exclusivamente.

Nuestro planeta cerró 2019 con una capacidad total de 2,536 GW de generación eléctrica renovable, un poco más del doble de lo que se contaba al cierre de 2010. En México, la cifra de renovables alcanzó los 25 GW, el 1% de la capacidad mundial. Desagregando esos datos y particularizando el desempeño de la energía eólica en nuestro país, tenemos que en 2010 contábamos con una capacidad instalada de 519 MW, que hoy ya se han convertido en 6.6 GW. Este gran salto significó multiplicar por 13 la capacidad, en tan sólo 9 años. La energía eólica se divide en dos grandes tipos, en tierra (on-shore) y en mar (off-shore), y de esta última, en México, aún no existe una sola turbina. Esto representa una enorme ventana de oportunidad para una nación con una línea de costa de 11,122 km de longitud.

En energía solar fotovoltaica el avance es asombrosamente impactante, en todo el territorio nacional había apenas 29 MW en 2010, y a finales de 2019 la capacidad total alcanzó los 4.44 GW, nada más y nada menos que 153 VECES más en el período analizado.

Estos avances se traducen en un importante impacto económico que se derrama en todo nuestro suelo nacional. La cantidad de empleos que este sector ha generado, incluyendo su formación, especialización y profesionalización, es sencillamente invaluable. Para el gobierno, esto ha significado una importante fuente de recaudación fiscal, y muchos sectores, entre ellos el financiero, se han beneficiado de manera indirecta de estos avances.

Ahora, las graves consecuencias sociales, económicas y de salud pública derivadas del coronavirus, en conjunto con la crisis climática, se han convertido en una amenaza existencial que está imponiendo un desafío mayúsculo a nuestra generación. La urgencia de hallar soluciones podría tentar a los gobiernos a inclinarse por las respuestas de corto plazo, sin embargo, las medidas a implementar no deben perder de vista que los objetivos necesariamente tienen que ser sostenibles y medioambientalmente responsables a mediano y largo plazos.

Ya bastantes amenazas y desafíos enfrenta la transición energética hacia energía limpia y renovable, como para que el propio gobierno le ande colocando nuevos obstáculos. Es demasiado lo que está en juego, intentar colocar un freno injustificado a los enormes progresos que hemos hecho todos los mexicanos en energía renovable es una equivocación de grandes proporciones.

No sólo es necesario, sino imperativo, tomar decisiones informadas, respetuosas del estado de derecho, generadoras de confianza para la inversión y el empleo, que refuercen el compromiso con el desarrollo amplio y sostenido de las energías renovables para garantizar un futuro sostenible, estable y saludable.

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