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Vivimos en un mundo agrietado, fracturado, con heridas abiertas por todos lados y en todos los sectores. Grietas que se van haciendo cada día más amplias y también más profundas, que con el paso del tiempo se convierten en verdaderas brechas. Si permitimos que se continúen ensanchando, pueden llegar a ser auténticos abismos, con el riesgo de hacerse insalvables.

La brecha entre ricos y pobres se ha vuelto más amplia a pesar de los esfuerzos e intentos por cerrarla o al menos disminuirla. El frecuente choque entre el capitalismo rapaz, consumidor de recursos, y el socialismo que no logra ofrecer soluciones viables, pero que además engendra falsos líderes que capitalizan el disgusto, sólo para crear mayores problemas después, y ninguno de ellos consigue encontrar el justo medio de una economía socialmente responsable que genere riqueza y que la distribuya con equidad.

Hay también una brecha importante en asuntos de equidad de género, las mujeres aún no cuentan con un trato realmente justo en cuanto a paridad en la ocupación de espacios en cargos públicos, ya sea administrativos o de elección popular; algo similar ocurre en la iniciativa privada, y lo más grave es la disparidad en salarios al comparar responsabilidades, esfuerzos y niveles equivalentes entre las personas del género masculino y el femenino.

La emergencia climática ha puesto en evidencia lo amplia que es la brecha entre las emisiones actuales de gases de efecto invernadero y el nivel al que tendríamos que reducirlas si queremos alcanzar las metas del Acuerdo de París, que pretenden mantener el incremento de la temperatura media anual por debajo de los 2ºC y, si fuera posible, limitarlo a 1.5ºC, con el riesgo de padecer impactos catastróficos en caso de no lograrlo.

El tema ambiental también nos ha mostrado uno de los rostros más dolorosos de otra desigualdad, que consiste en la desproporcionada afectación que sufren las personas más vulnerables: los pobres y las minorías raciales, las comunidades indígenas, los migrantes y refugiados, ante la ocurrencia de los cada vez más frecuentes e intensos fenómenos climáticos. Éstas son las personas que están en la primera línea de los impactos, no sólo los sufren primero, sino que también con mayor intensidad y las peores consecuencias.

Y, como si nos hicieran falta, a veces somos capaces de construir nuevas y dolorosas brechas, hasta en el seno de nuestras familias y de nuestras comunidades.

Por eso se ha vuelto ya muy urgente que todos empecemos a cerrar brechas, a rellenar grietas, a tender puentes que salven los abismos más profundos. Particularmente en México, estamos ávidos de una cura, de un modo eficaz para sanar heridas abiertas, divisiones, muchas veces alentadas por quien tiene la mayor responsabilidad de cerrarlas.

Es una tarea común que debemos adoptar cuanto antes todos. Si tenemos alguna capacidad de influir, no importa si es poca o mucha, de ejercer algún liderazgo, de convencer, necesitamos usarla, transformarla antes.

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